
Hay desastres y desastres, y acabamos de vivir una pesadilla. Pero hay desastres que bien merecen una reflexión. Ahora vendrán diluyendo responsabilidades, se nos hablará de un comité de expertos que están estudiando las causas, que no hay indicios de un ciberataque, que todo ha sido fruto de desafortunadas circunstancias, que estemos tranquilos, que ya se han tomado las medidas necesarias para que esto no vuelva a ocurrir, y bla, bla, bla… Pero la realidad ha puesto blanco sobre negro los problemas que estamos sufriendo y consintiendo sin reaccionar como pueblo.
El origen del problema no es otro que la dependencia energética de países extranjeros y de las nuevas tecnologías. Durante años hemos ido desmantelando centrales nucleares, centrales hidroeléctricas, centrales térmicas. Y eso de cuidar el medio ambiente está muy bien hasta que deja de estarlo y no somos capaces de autoabastecernos. Nos hemos convertido en un país dependiente, no solo de la energía, sino también de las nuevas tecnologías. En un momento como el vivido, los teléfonos no han funcionado, tampoco la televisión, ni la wifi, ni Internet, ni los miles de aparatos dependientes de la red. Ahora mismo estoy escribiendo sin conexión para poder subir este artículo cuando se reestablezca y pueda compartirlo.
Toca ahora pensar en si la política medio-ambiental debe estar reñida con la seguridad de un país, toca ahora pensar en eso del euro-digital, ¿qué ha pasado con quienes solo llevaban su tarjeta de crédito confiados en que podían adquirir todo lo que necesitasen? Esas personas que solo llevaban tres euros en el bolsillo y no les llegaba para poder comprar comida porque los supermercados no podían operar sin lectores de barras, cajeros, luz, refrigeración… ¿Qué hubiera ocurrido si el apagón se hubiera prolongado? ¿Qué ha ocurrido con los miles de viajeros amontonados en trenes y estaciones? ¿Quién va a pagar los miles de millones de pérdidas originados en los comercios e industrias?
¿De verdad vamos a admitir lo del euro digital? Ya hemos visto cómo en estas circunstancias, más que nunca, necesitamos el dinero en efectivo para funcionar y que lo que hemos sufrido puede volver a ocurrir en cualquier momento mientras no seamos capaces de generar por nosotros mismos la energía necesaria para que el país funcione. Pero no se preocupen, no va a ocurrir absolutamente nada porque vivimos en un país anestesiado por la angustia, el miedo, e informativos manipulados que no ofrecen más que mentiras.
¿Quién devolverá la tranquilidad a esos miles de personas que quedaron atrapadas en ascensores, en trenes, en metro; a quienes se quedaron sin gasolina o haciendo horas de cola en surtidores que no podían funcionar, en quienes dependían de un pulmón artificial, de una operación, para sobrevivir sin saber si la corriente eléctrica se reestablecería a tiempo, a quienes no pudieron alimentar a su ganado, a quienes perdieron toneladas de alimentos por no poder refrigerarlo, a quienes se vieron indefensos e incomunicados en sus coches, a quienes tuvieron que permanecer en sus casas por no poder usar el ascensor, a esos empresarios que tuvieron que detener las fábricas, a quienes tuvieron que pernoctar en estaciones de tren o de avión sin poder alimentarse porque los comercios estaban cerrados o no podían cobrar electrónicamente? Cientos de personas se agolpaban frente a un balcón donde un vecino había conectado una radio analógica, con pilas, para poder escuchar las noticias, porque ya nadie tiene más que teléfonos móviles con conexión a Internet, tecnología digital en televisiones, radios, ordenadores… Me recordaba escenas escabrosas que me contaba mi abuelo cuando se reunían en alguna casa, en penumbra por miedo a los bombardeos, una casa de las pocas con radio para escuchar las noticias de la guerra.
Llámenme conspiranoico, o facha, o lo que quieran, pero acabamos de vivir una experiencia que no tiene parangón en la historia y más vale que tomemos nota o pronto nos veremos sometidos en una realidad distópica propia de la mejor de las pesadillas imaginadas por Hollywood. Habrá que escuchar a Iker Jiménez en Horizonte para poner algo de luz en este asunto, pero tampoco esto servirá de mucho.
Para mí está claro que debemos procurar la autonomía energética, debemos minimizar nuestra dependencia de las nuevas tecnologías y retornar a sistemas analógicos, debemos defender a capa y espada el dinero en metálico y el comercio de cercanía, debemos recuperar nuestro deber y nuestro derecho de exigir responsabilidades y poner en perspectiva políticas que nos empobrecen y nos hacen vulnerables como acaba de demostrar esta nefasta experiencia.
Pero no se preocupen, de nuevo cargarán las tintas en nuestra responsabilidad como ciudadanos, en que no hicimos caso a una ministra procurando un kit de supervivencia en casa donde ya se nos habían dado instrucciones de aquello que debíamos almacenar para casos semejantes -curiosa coincidencia, ¿verdad?-. Se nos tranquilizará y volverá a repetirse hasta la saciedad la palabra “normalidad” cuando nada de lo ocurrido puede ser normal y lo cierto es que estamos gobernados por anormales.
Por favor, dimita, váyase en buena hora donde no estorbe ni moleste ni se le recuerde. Y llévese consigo a esa compañía que votó el que no se sacara al ejército para garantizar la seguridad ciudadana en tiempos de oscuridad e incertidumbre. Y para los que me están leyendo, recuperemos el derecho de pensar y protestar y exigir responsabilidades para que esto jamás, jamás, jamás, vuelva a ocurrir.
Y ojalá esto sirva para hacernos reaccionar de una vez.
























