RETRATO CANALLA DEL MALESTAR DOCENTE (UNA DEFENSA INTELIGENTE Y MORDAZ DEL ACTUAL SISTEMA EDUCATIVO FRENTE A LOS TÓPICOS ANTI-LOGSE). Juan José Romera. Córdoba, Toromítico, 2010.

RETRATO CANALLA DEL MALESTAR DOCENTE (UNA DEFENSA INTELIGENTE Y MORDAZ DEL ACTUAL SISTEMA EDUCATIVO FRENTA A LOS TÓPICOS ANTI-LOGSE). Juan José Romera. Córdoba, Toromítico, 2010.

Este libro me fue regalado por don Manuel Pimentel en una visita a la Editorial Almuzara: “Toma, para que tengas otra perspectiva sobre educación. Yo sé que no te va a dejar indiferente”. Y tenía razón. No es un libro que pueda dejar indiferente a nadie que profesionalmente se dedique a la educación, aunque imagino que creará acólitos entre quienes entienden la educación como un escaparate en el que se vende “humo” en lugar de realidades. Nunca me acerco a la lectura con prejuicios. Tampoco lo hice con esta obra. Hace ya treinta años que me dedico profesionalmente a la docencia. Imparto en los niveles de la ESO y Bachillerato. Durante esos treinta años, ni uno solo he dejado de dar clase, he estado liberado o he tenido paréntesis alguno. Me gusta la docencia porque veo en ella la oportunidad de formar mentes jóvenes en conocimientos y también en hábitos que les abrirán las puertas del futuro. A pesar de todos los pesares, soy feliz con mi trabajo y disfruto con mis alumnos. Creo que cualquiera de ellos, o mis mismos compañeros pueden dar fe de ello.  No entiendo la educación como una mera transmisión de conocimientos, es más bien una formación de la persona en la que hábitos de conducta, de trabajo intelectual y de conocimientos proporcionan herramientas que permiten enfrentarse a la vida. La constancia, el respeto, el esfuerzo, la alegría, el orden, la empatía, también la picaresca, la curiosidad, el rigor… todo aquello que después necesitamos para el día a día forma parte de ese conducir al alumno entre sus limitaciones y sus posibilidades. Lograr sacar de cada uno lo mejor de sí mismo, mantengo esa ilusión después de treinta años.

Por eso me entristece este libro. Si me fuera indiferente el futuro de mis alumnos, también me sería indiferente el que los usaran y nos usaran para experimentos más o menos ocurrentes, aparentes, irrisorios o carnavalescos. Si tuviera puestas mis esperanzas en liberarme de la docencia para trabajar en despachos diseñando nuevos proyectos curriculares y temáticas transversales para lograr integraciones y mejorar los resultados venciendo a esos dinosaurios ciegos que sólo saben añorar la educación franquista, y se vengan suspendiendo a diestro y siniestro como si estuvieran blandiendo un mandoble vengador contra los cuellos inocentes de esas pobres criaturas que sólo quieren desean, anhelan estudiar –imagino que debo incluirme en esta categoría-, no me importaría. Porque en este caso, lo importante es cobrar y vivir del cuento trabajando lo menos posible. Pero es que mis alumnos me importan. El libro presenta una perspectiva sesgada de la realidad, es una caricatura en blanco y negro pero sin grises. Es una gran mentira, porque no hay peor mentira que la verdad a medias. O eso decía don Juan Manuel allá por el siglo XIV –perdonen si alguna vez me sale la vena enciclopédica de una cultura trasnochada-.

Pero vamos por partes. El planteamiento para el desarrollo de la obra es original. Cada capítulo es un correo electrónico que una profesora con unos cincuenta años o más envía a su hijo en respuesta a otro correo que no se recoge en el libro. A través de estos correos va expresando su frustración por el sistema educativo actual, su añoranza por el pasado, su alma desencantada por todo. El libro no recoge los correos que motivan estas respuestas, pero sí las opiniones del autor a modo de  “glosas explicativas” con las que nos ilustra la terminología que aparece en los correos, así como expresiones en clave –»Innombrable = LOGSE», por ejemplo-. El autor es persona cultivada y del gremio. Según se nos informa en el libro, Juan José Romera López (1964) es licenciado en Filología Hispánica por Granada. Amplió sus estudios en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba) y de periodismo televisivo en el Instituto de la RTVE. Después trabajó como crítico de cine y articulista del diario Ideal de Granada y (por fin) en la actualidad ejerce la docencia como profesor de Lengua Castellana y Literatura en un instituto de Málaga. Es un buen currículum, propio de una persona inquieta, que se ha movido y ha entrado en contacto con otras realidades que, sin duda, han enriquecido su perspectiva de la realidad y su sentido crítico. Por eso mismo lo entiendo menos.

Según este señor, don Juan José Romera, los dinosaurios criticados en sus glosas, son contrarios por filosofía, por sistema y por narices a las nuevas tecnologías en educación. Es curioso. Permítanme que hable desde mi experiencia personal. Hace ocho años inauguramos por desdoble un nuevo instituto en la provincia de Córdoba y nos asignaron el edificio del Instituto antiguo. Entonces ocupé el cargo de Secretario de Centro y me tocó lidiar con la puesta en marcha del proyecto. Hubiera sido de esperar que, al ser instituto de nueva creación, hubiera habido una dotación para la puesta en marcha. No fue así. Nos encontramos con un aula informática que contaba sólo con seis ordenadores de funcionamiento más que dudoso y con unas instalaciones en red defectuosas. Eso era todo lo que había para impartir clases de Informática a grupos de 24 alumnos de media. El primer año, el profesor tuvo que impartir “clases” teóricas con tiza y en pizarra verde. De nada sirvió que llamáramos, protestáramos, pataleáramos… ¿Qué quieren que les cuente? Fuimos solucionando aquello como pudimos –algunas empresas, previa solicitud, nos fueron regalando ordenadores residuales para poder completar la dotación- hasta que transcurridos dos años nos correspondió una dotación para el aula informática, ya no recuerdo si de ocho o diez ordenadores. No hubo otra manera. Entonces, me dolía profundamente que estuvieran en prensa los “Centros TIC”, la panacea, la solución a todos los problemas de la educación. Y yo pensaba en cómo se engañaba a la población con esa pantomima cuando había centros, como el nuestro, que ni siquiera estaban dotados con lo más elemental para poder enseñar informática: un aula bien equipada y actualizada. ¿Cuántos más centros habría como el mío, no tocados por la varita mágica de las “TIC” y la propaganda oficialista, centros que seguiríamos sufriendo la penuria de lo que se invertía en unos pocos elegidos para salir en los periódicos?  Y, mire usted lo que son las cosas, después de veinte años de destierro, logré un destino definitivo en mi ciudad y aterricé en un centro TIC. Llegué ilusionado, aulas con ordenadores, un aparato por cada dos alumnos. Pongan el contacto, enciendan los motores, calienten los circuitos y… “Profe… mi pantalla no se enciende”. “Este no tiene ratón”. “Este teclado no funciona”. “La torre no arranca”. Se ve que en tres años, algo había arrasado ese complejo. Puedo aprender la base para moverme como operario en el mundo de la informática y las nuevas tecnologías… De hecho soy usuario. Lo que ya no puedo es hacerme técnico y ponerme a reparar los aparatos cada vez que empiezo a dar una clase. Sólo dispongo de tres horas a la semana en Cuarto de la ESO, Primero y Segundo de Bachillerato, un programa que impartir y una responsabilidad que asumir. Sencillamente, no puedo perder el tiempo jugando a ser técnico, ni indagando quién es el gracioso de turno a quien le apetece  jugar al ratón y al gato para perder tiempo y ver cómo determinado profesor pierde los papeles, el pen, los nervios y lo que haga falta –aunque son buenos por naturaleza, a veces, les da la vena jocosa y se dedican a estas actividades de expansión curricular, seguramente con la sana intención de lograr una mayor integración en el colectivo grupal en que se insertan-. Ahora nos llegan, este mismo curso, los alumnos de Primero de la ESO con sus nuevos ordenadores portátiles sin que haya habido la más mínima preparación para los docentes. Ahora se empiezan a organizar cursos a través de los CEP, y  mientras tanto ¿qué hacemos con esas nuevas tecnologías? No es que sea antiguo, ni dinosaurio, es que creo, sencillamente que la casa hay que empezarla por los cimientos. Vale más una buena aula informática, bien instalada, con un ordenador por alumno, no solo en los centros de Secundaria, sino en los de Primaria, en todos y cada uno, antes de lanzar campanas al vuelo y vender humo. Vale más un buen cañón por aula para poder complementar las explicaciones con temas, visualizaciones, y todo lo que podamos encontrar para apoyo –una buena película o documental es bastante más rico y más atractivo que diez horas de explicación según el tema a tratar-, y luego, vamos a conquistar el ordenador por alumno. Como paso último de un proceso. Me temo que estos ordenadores se perderán en más de un 90 % de los casos, se quedarán obsoletos y no se les habrá sacado el más mínimo partido sobre sus posibilidades reales. Pero esto es andarse por las ramas y desviar la atención sobre el tema principal: la educación.

Por otra parte, la semana pasada leí un artículo sobre las conclusiones de un grupo de trabajo llevado a cabo por la Universidad de Huelva sobre la eficacia de los ordenadores y la informática en el proceso de aprendizaje. Su conclusión era que cuando los medios informáticos se usaban para el aprendizaje y no para el juego, la motivación era la misma por parte del mismo alumnado. Tenían además un agravante: el discernir claramente el ocio del trabajo en las actividades encargadas y controlar la eficacia de la dedicación el tiempo en el aula. Dicho esto antes de las concienzudas conclusiones de un equipo de trabajo universitario hubiera resultado agorero. Hubiera resultado más que suficiente para ser etiquetado tal y como lo hace el autor del libro en esta caricatura. Sin embargo, no era sino el sentido común aplicado desde la experiencia. No digo que no haya entre mis compañeros quienes se nieguen por sistema al uso de nuevas tecnologías, como tampoco puedo negar que existen ilusos que creen que todo se soluciona con ellas olvidando que el ordenador, como la tiza y la pizarra, son meros instrumentos al servicio de un fin: la educación.  Insiste en este sentido el autor, en la página 30 habla de un tipo de docente que “disfruta mandando trabajos manuscritos a sus alumnos”. No es cuestión de disfrutar. Resulta curioso que en esta era tecnológica, cuando llegamos a una prueba en la que los alumnos se juegan su futuro –léase Selectividad, pruebas de acceso a Ciclos o de obtención de Graduado Escolar- los alumnos “escriben” sus exámenes. Es de sentido común que debamos prepararlos para el tipo de prueba que han de desarrollar, la que tienen que aprobar, aquella de la que va a depender su futuro. Y, para eso, hay que escribir. Pero, sobre esto, quizás volveré más adelante, o no, no sé si merece la pena.

Una página después, se critica en el libro el “tópico” de la multiplicación de la burocracia. Incluso se permite hacer un cuadro calculando el tiempo que se emplea en rellenar los documentos que debe realizar un tutor en el desempeño de sus funciones. Su conclusión, cifras en mano, es que nos sobra tiempo con lo que se nos asigna. Es cierto que, en la mayoría de los casos, el tutor dispone de 2 horas a la semana: una lectiva, presencial con los alumnos; y, otra, para este tipo de actividades relacionadas con el ejercicio de su actividad. Pero resulta que en su cuadrante no figuran algunas de estas actividades y la “temporalización” de las mismas resulta más que cuestionable. Desde hace algunos años, se exige al tutor que introduzca los datos en el ordenador a través del programa “Séneca”. No basta con hacer un estadillo semanal, mensual, o trimestral. Hay que meter los datos en el programa informático de la Junta de Andalucía. El hecho no tendría más trascendencia si: 1) El conocimiento de la informática a nivel usuario fuera uno de los requisitos para ser profesor, pero no lo es. ¿Se puede obligar a alguien a ello? Parece que lo que en otros puestos de trabajo de la Administración está claro, y lo está en otros ámbitos laborales, en el docente se da por supuesto. Cuando fui Secretario, tenía a mi cargo al personal no docente. Lo primero que hice fue leer en el Boletín las funciones que eran exigibles para el personal que tenía a mi cargo. Me encontré con la sorpresa de que el Administrativo de Centro no tenía por qué tener conocimientos de informática, ni siquiera de mecanografía. De los Conserjes, ni hablamos. A partir de ese momento, ni yo podía exigir, ni ellos tenían por qué realizar ese trabajo que exigía el conocimiento y dominio de un paquete informático: procesador de textos y base de datos, incluidos. La buena disposición del personal suplía esta carencia legal. Pedía las cosas por favor y daba las gracias consciente de esto. Es por pura educación. Pero para los docentes, lo que hay es una actitud como la que refleja este autor en el libro: menosprecio. Y eso puede molestar y, de hecho, molesta a cualquiera. A esto debemos añadir el funcionamiento de este programa informático. Cada vez que tienes que introducir datos hay que encomendarse a Dios y al Diablo porque cuando no falla la clave de acceso personal, es que no funciona, el sistema está saturado o el ordenador no responde. No es infrecuente pasar media hora delante de la pantalla para lograr lo que hubieras hecho sólo en 5 minutos en un estadillo manuscrito y entregado en Jefatura de Estudios. Por otra parte, la cuantificación que se realiza en el libro es mucho más que cuestionable. 2) No sé si consciente o inconscientemente, el autor olvida algunas de las tareas propias del tutor. Me centraré sólo en una de ellas: la comunicación y atención a los padres y el seguimiento del absentismo escolar. Desde hace tres años a esta parte –el libro se ha publicado en 2010- se ha producido lo que yo llamo la “judicialización” de la enseñanza. Dado que el absentismo escolar puede ser causa de denuncia y derivarse a la Fiscalía de Menores, no son pocos los casos en los que no se ha podido actuar legalmente por no tener acreditado que se han respetado paso a paso las garantías de los padres -lo cual es normal en un Estado de Derecho cuando hablamos de juicios y responsabilidad civil-. Eso obliga a que el desarrollo de nuestras funciones se realice con un protocolo tan rígido en cuanto a comunicaciones, entrevistas y papeles firmados o cartas con acuse de recibo, que requiere de un tiempo no cuantificable –dependerá del número de alumnos que te toquen en tu tutoría con perfil absentista-. Entrevista con el alumno para aclararle que se trata de una obligación, llamar a los padres y anotar la fecha y hora de la llamada, entrevista personal en la que el padre (permítanme, por favor, obviar lo de madre/tutores legales) firme el haber sido informado de la situación de su hijo y las posibles consecuencias, documento de comunicación y derivación de caso a Jefatura de Estudios adjunto los documentos anteriores, asistencia a la entrevista con el Jefe de Estudios y nuevo documento firmado acreditando los mismo extremos; nuevo documento de comunicación a Jefatura de Estudios solicitando la derivación a Dirección, etc. ¿Puede alguien calcular el número de veces que un tutor tiene que llamar a un teléfono hasta obtener respuesta? ¿El tiempo perdido en entrevistas concertadas y no atendidas por la familia? ¿En reuniones con Jefatura para trata caso a caso los alumnos concretos? He sido Jefe de Estudios durante cuatro años y les garantizo que eso no lo puede calcular nadie. Y, en todo caso, es algo demasiado serio para frivolizarlo en un cuadrante que trata de demostrar que los “docentes” nos quejamos de vicio. ¡Ah, por cierto! Este año soy tutor de 2º de PCPI, sólo dispongo de 1 hora de tutoría que es lectiva, presencial con mis alumnos. No hay ni un minuto previsto para desarrollar esas labores burocráticas ¿Puede usted ajustarme esa cuenta?

En la glosa número 4, el autor realiza una defensa de las “competencias curriculares”, muy de moda. Critica la educación obsoleta que defiende la necesidad de “niveles mínimos” cuestionando el término «nivel» en sí mismo. Me llaman la atención dos cuestiones: la primera, que el autor estime que el aprendizaje de la ortografía es innecesario (“De hecho, no se emplea en la enseñanza del español como lengua extranjera por su manifiesta inutilidad, sin embargo, añade una pátina de conservadurismo trasnochado a la prueba […]”, pág. 37). Que esta afirmación salga de la pluma de un filólogo me parece una aberración. La segunda perla tampoco me merece mejor opinión: “[…] Puedo atestiguar que un ejercicio tan inútil como el análisis sintáctico poco tiene que ver con la capacidad de comunicación oral o escrita”. Evidentemente no tiene que ver con la capacidad, sino con el desarrollo de esa capacidad, lo que ahora se llama «competencia» y, lo último de lo último «implementación». Yo, por mi parte, también puedo dar testimonio después de treinta años de docencia de alumnos agradecidos que, cuando tenían dificultades en la comprensión de un texto, acudían al análisis y la ordenación lógica de los elementos de la oración para comprenderla. Por otra parte, siempre ha habido niveles en el lenguaje. Creo que el nivel coloquial y vulgar viene de fábrica y que la conquista, aquello que podemos entregarles, transmitirles, es un nivel culto que les facilite el aprendizaje y potencie sus capacidades intelectivas. Vuelvo a la idea del conocimiento como un medio, no como un fin en sí mismo.

Pero si sólo se limitara a estas apreciaciones… Resulta que, además, me encuentro con que “Frente a las pruebas de Andalucía que pedían un simple reconocimiento, las pruebas de Madrid incluían una trampa –aquí se me empinan las orejas y agudizo los sentidos, ¿qué trampa?- […] a partir de un texto de Delibes titulado “Mi querida bicicleta”, en el que un niño aprende a montar en bicicleta con dolor y esfuerzo, la Comunidad de Madrid no sólo evalúa los contenidos mínimos, sino que además adoctrina en las escuelas sobre el programa educativo de Esperanza Aguirre, centrado precisamente en la cultura del esfuerzo” (pág. 38). Y así me entero de que tratar de educar en “la cultura del esfuerzo” es un adoctrinamiento ideológico de doña Esperanza Aguirre… Y yo que creía que eso era de sentido común. Claro que la cuestión me deja una interrogante en la mente de difícil respuesta: entonces, ¿en qué cultura debemos educar? ¿En la cultura del no esfuerzo? Quizás por eso, en Andalucía, prueba que le sirve al autor como ejemplo de lo que debe ser, el índice de paro sea el más alto de España, o uno de los más altos –pienso ahora en Extremadura-.

Y aquí abandono dejándome mucho en el tintero porque, sinceramente, no merece la pena. Cierro el libro al llegar a la glosa 5. Aquí, hablando de que los conflictos en las aulas siempre han existido, el problema generacional, también, me encuentro con esta perla: “En fecha tan temprana como diciembre de 1978, el semanario La Calle publicaba un reportaje bajo el título “Violencia en los institutos: los niños fachas”, de título premonitorio, pues los niños fachas de entonces van camino de los cincuenta” (Pág. 50). Ahora resulta que quien no comulgue con sus ideas, quien se queje de la violencia escolar, del deterioro del ambiente en clase, de las dificultades para el desarrollo de nuestro trabajo y que, además, ronde los 50 años, es un facha. Lo último que puede y debe hacer alguien que trata de reflexionar sobre un tema es “descalificar” a nadie, no es excusable ni en clave humorística. Es una falacia antigua. Pero, la descalificación no invalida los argumentos y suele usarla quien carece de ellos.

Como hay cosas maravillosas que hacer en la vida, cierro este libro. Quien quiera emplear así su tiempo, es libre de hacerlo. Sirva esta reseña, no obstante, para aviso a navegantes.

José Carlos Aranda

Acerca de #JoseCarlosAranda

Doctor en Ciencias de la Educación y Doctor en Filosofía y Letras; Creador del Método Educativo INTELIGENCIA NATURAL (Toromítico 2013, 2016). Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba (España). Profesor universitario y de EEMM, educador, escritor, conferenciante, colaborador en TV, Prensa y Radio. PREMIO CENTINELA DEL LENGUAJE 2015 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.
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2 respuestas a RETRATO CANALLA DEL MALESTAR DOCENTE (UNA DEFENSA INTELIGENTE Y MORDAZ DEL ACTUAL SISTEMA EDUCATIVO FRENTE A LOS TÓPICOS ANTI-LOGSE). Juan José Romera. Córdoba, Toromítico, 2010.

  1. Como siempre, gracias por tu comentario. Aunque tengo la suerte de contar con unos magníficos compañeros de Departamento, a veces da la impresión de que vamos con el paso cambiado, de que pertenecemos a otra época, de que estamos solos. A pesar de mi nivel de exigencia -dicen que es alto- sigo estableciendo un vínculo especial con todos y cada uno de los alumnos. Y muy en contra de lo que el autor de este libro plantea, aquellos a los que recuerdo más son a los que no pude ayudar más, los que no lograron pasar y seguir adelante. A pesar de los años, sigo preguntándome qué podría haber hecho y no supe, pude o quise hacer. Hasta pronto. José Carlos.

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  2. José Luis G. F. dijo:

    Llevo casi cuarenta años en la enseñanza-educación, por cierto, el primer año estuve en Córdoba (Parque Figueroa, curso 1971-72), y me he alegrado leer los comentarios a la experiencia educativa, con tan distinto enfoque del autor del libro y tuyo, porque suele ser frecuente esta disparidad de consideraciones sobre la enseñanza-educación en nuestra sociedad; participo, casi en su totalidad, con la visión y crítica que das de lo que se expone en el libro; se lo he enviado a mis compañeros de Claustro, porque me parece de interés, debido a los comentarios que a veces tenemos sobre la educación y sus recursos, lo que debe ser medio o fin. Muchas gracias por hacernos partícipes de tu información e inquietud educativa. Un saludo, José Luis.

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