MI ANDALUZ, QUE NO ME LO TOQUEN

MI ANDALUZ,  QUE NO ME LO TOQUEN

He leído recientemente un artículo publicado por Antonio Burgos en ABC donde da cumplida respuesta a unas desafortunadas declaraciones del señor Arturo Mas, Presidente de la Generalidad de Cataluña. El artículo se lo reproduzco a continuación, pero no me gustaría hacerlo sin unas reflexiones previas de cosecha propia.

Observen que, como Antono Burgos en su artículo, he usado «Arturo», «Presidente» y «Generalidad». Si el criterio en español ha sido «traducir los extranjerismos» y en la toponimia extranjera, por ejemplo, decimos «Londres» y no «London» y «Nueva York» y no «New York», esta concesión a las lenguas vernáculas peninsulares no se entiende, y menos cuando afecta incluso a los carteles indicadores de las carreteras. Así pues, si estoy escribiendo en español, bien está que use las palabras que corresponden en este idioma. Y digo lo de español porque el «chauvinismo» llega a tal extremo que parece insultante respecto a las demás lenguas peninsulares usar la palabra «español» cuando, siendo también españolas -porque se hablan en España- son cooficiales con la única lengua oficial de todo el Estado, pero no excluyentes. Y, en todos los países del mundo, la lengua oficial toma el nombre el país que la usa. Nadie se cuestiona si la lengua oficial de Italia debe ser nombrada como «italiano» o «toscano», por ejemplo. Y en Alemania lo que se habla es el alemán.

Si somos personas de cultura, lo lógico es que cuando nos dirigimos a un foro heterogéneo, adaptemos nuestros rasgos lingüísticos particulares procurando acercanos lo más posible al idioma oficial para facilitar la comunicación, o usar la lengua oficial del país para lo mismo. ¿Alguien puede explicarme qué sentido tiene poner traductores de catalán, por ejemplo, en el Senado de España? Inculta es la persona que no sabe expresarse más que en un registro. Se puede ser inculto porque no se hayan tenido posibilidades en la vida, por condicionamientos vitales, es un incultura forzada y digna de respeto. Pero también se puede ser por elección, por empecinamiento, por necedad o por demagogia. Nada hay que objetar de quien hace su propia elección en la vida, lo que sí es objetable es que trate de imponer su torpeza a todo un pueblo. Se es tanto más culto, lingüísticamente hablando, cuanto mayor es la capacidad que el hablante posee para adaptarse a su interlocutor, o dicho de otro modo, para adaptar su registro idiomático a la situación de comunicación en función de los posibles receptores. Tan lerdo es el andaluz que, teniendo cultura y posibilidad de adaptar su singularidad en aras de la mejor comunicación, se empecina en acentuar sus rasgos lingüísticos diferenciales -alguna experiencia hemos tenido en el Parlamento-, como lo es el catalán, el vasco o el gallego que se empecinan en hablar en sus respectivas lenguas en un foro común donde todos comparten una lengua oficial: el español. Es, simplemente, una cuestión de sentido común y de economía de medios. Lo contrario es una reafirmación de identidad que solo puede entenderse en clave política, esa clave que se alimenta de la demagogia fácil que busca el voto de los fanáticos o los torpes. Contra esto solo cabe una reflexión que leí hace tiempo en boca de un francés nacido junto a los Pirineos: «Mi único problema con el nacionalismo es pensar que si hubiera nacido 10 kilómetros más al sur hoy sería mi propio enemigo».

En cuanto al ámbito ya meramente lingüístico, no puede entenderse que alguien niegue a los demás lo que reclama para sí mismo, esto es, el derecho a expresarse para sus adentros y sus allegados como le dé la real gana. Y, para un andaluz, su lengua materna está llena de matices y expresividad asociadas a sus rasgos léxicos y fonéticos. Yo defiendo el aprendizaje y uso correcto del castellano como medio de comunicación social, y también como pasaporte a la comunicación en el tiempo con todos aquellos que nos han precedido y nos han dejado su legado de vida y pensamiento en sus obras, y esta reflexión es válida tanto para los andaluces como para los catalanes, los gallegos, los vascos o lo murcianos; pero defiendo con uñas y dientes «mi andaluz», esa lengua materna, la de mi infancia y mi familia, la de mis amigos. Porque no es lo mismo un «trozo» o un «pedazo» de chorizo que un «cacho chorizo», porque en mi lengua materna no tenemos problemas con los plurales extranjeros y nos da igual irnos a un «pab» que a cinco «pa», comprar un «bisté» que cinco «bisteles», porque una «alúa» es mucho más que una «hormiga aluda», son los paseos por el campo cuando llovía e iba con mi abuelo para preparar las «costillas» con las que atrapar pajarillos para el arroz del domingo. Porque duele más tirar de «los pelos» que de «el pelo», como también duele más que te quiten «los dineros» que «el dinero». No es lo mismo «aljofifar» un piso que «limpiarlo», porque para «aljofifar» hay que tirarse al suelo de rodillas y sacar la «mierda» con la «aljofifa» que no es lo mismo que un «trapo» o una «bayeta», sino más basto, más rugoso, más apto para no dejarnos las uñas en el suelo, ni en los marcos de las ventanas o las puertas. Porque la «alhacena» huele a chorizo, pan y manteca, mientras que la «despensa» es algo aséptico como un quirófano. Por eso, «mi andaluz, que no me lo toquen»… El andaluz no es el seseo o el ceceo, la aspiraciones de haches o de plurales, la supresión de sonoras intervocálicas… es mucho más, es una forma de transmitir la realidad tan sutil, tan hermosa, tan rica en matices y sentimientos como lo es la lengua materna de cada uno en su tierra, esa lengua que se esculpe en el alma del niño con el susurro tierno de la voz de la madre al oído mientras lo acuna. No hay lenguas más o menos dignas, hay personas más o menos torpes.

Y aquí os dejo con el artículo que os prometí:

Mas: ¿se me entiende?

Lo ha dicho ese presidente de la Generalidad que tiene cara de anuncio de raquetas de pádel o de crema para después del afeitado, Arturo Mas, con tal de defender la ajogaílla lingüística en catalán que obligatoriamente dan a todos los escolares en aquella tierra que tiene tan poco paladar que prohíbe los toros, y que pega unos recortes horrorosos en materia de médico y botica, mientras mantiene sus embajadas en el extranjero, como si fueran una nación soberana y no una comunidad autónoma como otra cualquiera. No tocan los dineros que se gastan para doblar al catalán las películas, pero les quitan la cartera a los médicos y enfermeras en la paga de Navidad, que ésos son recortes por el procedimiento del tirón. Así quitaban los bolsos en el semáforo de la Carretera de Su Eminencia, como el señor Mas rebaja el sueldo al personal sanitario o se niega a pagar los asilos de los vejetes. ¿Se imaginan la que le liarían a Esperanza Aguirre si se negara a pagar el asilo a los abueletes y les quitara media paga extra al personal de La Paz o del Doce de Octubre?

Lo que ha dicho Mas tiene castaña. En plural: castañas pilongas. Ha dicho: «En Sevilla hablan el castellano, pero a algunos no se les entiende». Pues aver si me entiende usted, señor Mas, a pesar de que soy de Sevilla y escribo en castellano. ¿Usted va a presumir de que no se nos entiende, cuando ustedes ponen el castellano hecho una pena con sus catalanadas, eso de «sacarse la chaqueta», «han habido varios acontecimientos», «vengo a Madrid» oel «deque» para arriba y «de que» para abajo? ¿Usted va a darnos clases de castellano, señor Mas, que tiene usted nombre de supermercado? Encima que se quedan ustedes con el manso de los dineros que todos los españoles pagamos a Madrid; encima de que a pesar de lo que nos trincan no quieren ser españoles: encima de que han sido ustedes en Perpiñán y lo que no es Perpiñán la cobertura de sus amiguitos de la ETA; encima de que se hartan ustedes de quemar banderas españolas y fotos del Rey sin que los mozos de cuadra, o de escuadra, o como se llamen, se enteren… Encima de todo eso, ¿ahora quieres un roneo de Gramática de Nebrija? ¿También te vas a mete a Real Academia Española, carnes mías? ¡Tequiyá!

Mire usted, señor Mas: cuando los catalanes estaban ustedes haciendo el cateto en la masía con la barretina y la buchaca, inventando el fuet de Casa Tarradellas y el pan tumaca, los sevillanos, que en Tartesos hicimos las leyes en verso, ya habíamos embarcado en la Flota de Indias el más bello castellano, para que aprendiera a hablarlo todo un Nuevo Mundo. Hablábamos el castellano de la Epístola Moral a Fabio, no sé si le suena; el castellano del Guzmán de Alfarache. El castellano de Bécquer o Luis Cernuda, un poner; el que hablaban los Machado. Es el que seguimos hablando, señor Mas. Vamos: el que hablaban los emigrantes sevillanos que se fueron a currelar a Barcelona y a su cinturón industrial en los años 50 y 60 del siglo pasado, y que fueron los que por media pringá les levantaron a ustedes el esplendor del que gozan ahora. ¿Con los emigrantes sevillanos que levantaron Cataluña y que trataron como esclavos no tenían ustedes ningún problema de entendimiento, carnes mías?

Y a ver si me entiende lo que le digo: ya quisieran ustedes hablar catalán con la propiedad y la expresividad con la que el más torpe de los escolares de Sevilla usa el castellano. El más torpe de la clase, al que menos entiendan ustedes, seguro que cuando haya oído sus palabras, señor presidente de la Generalidad, le habrá dicho sonoramente: «¡Un mojón pá ti!» ¿Se me entiende, señor Mas?

Antonio Burgos, ABC

Acerca de #JoseCarlosAranda

Doctor en Ciencias de la Educación y Doctor en Filosofía y Letras; Creador del Método Educativo INTELIGENCIA NATURAL (Toromítico 2013, 2016). Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba (España). Profesor universitario y de EEMM, educador, escritor, conferenciante, colaborador en TV, Prensa y Radio. PREMIO CENTINELA DEL LENGUAJE 2015 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.
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