Las tareas escolares en casa son importantísimas. En los comentarios anteriores se han esgrimido argumentos importantes que apuntan al incremento de la responsabilidad, capacidad de organización y refuerzo de conocimientos adquiridos. Para mí, el más importante es la posibilidad de generar un espacio de convivencia en familia en torno a esas tareas como ya se ha apuntado también. Sucede que lo que nos mueve a la acción son las emociones, la plasticidad cerebral del niño organiza la realidad en función de sus vivencias inmediatas y el foro de más influencia es la familia. Cuando el niño tiene oportunidad de «mostrar sus progresos» y comprobar cómo sus padres los celebran y animan en el camino, tiene un refuerzo emocional de acercamiento hacia el aprendizaje que no tiene precio. Esa es la base sobre la que construimos el interés y el acercamiento. Y este es el objetivo prioritario. Si aislamos la familia de la escuela, el niño no tiene espacios ni tiempos para recibir este refuerzo, «lo que hago en la escuela no interesa a mis padres», «no es interesante». Pero para el niño, el tener claro cómo lograr el aprecio de sus padres es esencial para forjar su imagen y su autoestima. Si a mi padre solo le preocupa el fútbol, me haré aficionado al fútbol, si no muestra ningún interés en oírme recitar un poema, en compartir conmigo una lectura, o en disfrutar del último cuadro que pinté en el cole, ¿qué interés tendré en desarrollar esas actividades si a través de ellas no logro llamar su atención, no logro su aprobación y su apoyo? El niño ha de «sentir» que eso es importante para sus padres y por eso será importante para él en la primera etapa moral de su crecimiento donde asimila las reglas familiares -las escolares de forma subsidiaria- como regla inquebrantable.
Esta «escolarización» de la familia es para mí lo esencial de las tareas. Aparte de esto, hemos de cuidar mucho el tipo de tareas y el tiempo dedicado a ellas. Han de estar presentes, pero su función es generar ese espacio de convivencia positiva. Fuera de esto, el acaparar el tiempo del niño no tiene sentido. Hay otras muchas cosas en las que los niños deben adiestrarse más allá de estar sentados. Creo que la fundamental es la socialización, el desarrollo de la inteligencia social, la capacidad de relacionarse con otros niños y con los adultos. También las actividades físicas y el contacto con la naturaleza resultan fundamentales durante todo el periodo de la infancia. Es mucho lo que se aprende, por ejemplo, jugando al parchís, a la tanga o a la goma.
Es peligroso confundir a la población. En una entrevista realizada por 20Minutos a doña Petra M. Alonso, Catedrática de teoría de la Educación en España, esta afirmaba: «Tenemos un índice de fracaso escolar considerable, mejorar este fracaso es lo prioritario», asegura Alonso. «Cuando se mandan tareas a casa, no todos los niños tienen la misma acogida. Unos padres se preocupan más, otros no tienen tiempo, y eso es una fuente de discriminación: resulta que los niños que no tienen apoyo en casa y no hacen los deberes no analizan su contexto, sino que empiezan a tener una mala imagen de sí mismos». Este tipo de reflexión supone una demagogia innecesaria que solo aporta confusión al problema. La obligación de cualquier padre, como la de cualquier educador, es la de intentar sacar lo mejor que cada alumno/hijo lleva dentro. Si hay quien delega o renuncia a este ejercicio de responsabilidad es su problema, pero no ha de ser extensivo al resto de la sociedad. La «educación preventiva» que planteo en Inteligencia Natural (Toromítico, 2013) consiste, precisamente, en trasladar a la sociedad algunas pautas básicas para la mejora de la educación, o lo que es lo mismo, la necesidad de educarnos para educar. No podemos imponer la igualdad a la fuerza, también es discriminatorio el lugar de nacimiento o el nivel intelectual de la familia en la que naces, la diferencia es que una cosa tiene remedio y la otra es inevitable.
Aparte de esta reflexión, mi opinión es que los deberes deben seguir dos principios: el fomento de la autonomía y la proporcionalidad en tiempo con la edad del escolar. Estoy totalmente de acuerdo en que hay profesores que han perdido el norte y consiguen el efecto inverso al deseado. También hay padres que han perdido el norte y confunden las tareas del hijo con tareas propias. Es el niño quien debe hacer las tareas, la labor de la familia es el acompañamiento. Lo contrario genera dependencia y merma su desarrollo.
Por último, hemos de pensar que somos lo que hacemos. Llegado el momento, el aprendizaje requerirá el desarrollo de conocimientos, la memorización y la ampliación de contenidos que ya no podrá realizarse en el aula. Pienso ahora en la necesidad del silencio y la soledad para la memorización, por ejemplo. Cuando superamos la segunda infancia y llegamos a la pubertad, o tenemos unos buenos hábitos adquiridos o nos resultará sumamente difícil adquirirlos. De ahí que el fracaso escolar se haga patente en el paso de Primaria a la ESO (12 años, inicio de la pubertad). Esos espacios y tiempos dedicados en el hogar a las tareas escolares son el caldo de cultivo de estos hábitos de esfuerzo, de trabajo, de constancia tan necesarios para triunfar en cualquier ámbito de la vida.
José Carlos Aranda