La tecnología es inevitable y cada vez está más presente en nuestras vidas, hasta el punto de condicionar la vida familiar y el desarrollo de nuestros hijos. Ante esta realidad incuestionable urge educar a las familias en el buen uso de estas nuevas tecnologías con las que convivimos diariamente.
En Inteligencia natural (Toromítico, 2013) ya advertía de que el aparato electrónico, juegos on line, teléfonos móviles, ordenadores…, no deben entrar en el universo infantil hasta los cuatro años como mínimo. Y, más tarde, el tiempo de uso y exposición ha de ser paulatino sin que exceda media hora diaria. En etapas iniciales (5 a 8 años), el tiempo no debería superar los 10 0 15 minutos.
Durante los cuatro primeros años, el cerebro está en formación. Durante los dos primeros, los objetivos de desarrollo más importantes se centran en la conquista de la autonomía tanto motora (caminar) como lingüística (comunicarse). Estos aparatos aislan al niño del entorno cuando requieren del contacto humano para el aprendizaje. Es una época en la que va a configurarse el 85% del cerebro, se establecen las conexiones neuronales necesarias para comprender e interpretar el mundo. Esto incluye la inteligencia emocional -aprender a reconocer y gestionar tus emociones- y la inteligencia social -aprender a relacionarte con los demás en función de una estructura determinada-, ninguna otra etapa de la vida es tan decisiva en la configuración de nuestra mente.
En estas imágenes que os ofrezco, el ser humano ha sido sustituido por la máquina en la fase de apego -el niño puede tener unos seis meses- generando una dependencia enfermiza de la que los padres -que ríen la gracia- no son conscientes. La sobreestimulación generada por los cambios de tonos, luces, pantallas, iconos, captan la atención del niño y la retienen, pero lo aíslan de su entorno inmediato impidiéndole que el contacto humano les muestre lo que de verdad necesitan aprender en ese momento. Para aprender necesitamos enfocar nuestra atención y repetir el proceso tantas veces como se necesario hasta consolidar las redes neuronales que nos permiten reproducir automáticamente las acciones. Una atención desenfocada impide este aprendizaje en la comunicación y retrasa los esfuerzos del niño en esos ejercicios físicos tan necesarios para la adquisición de la autonomía motora.
Independientemente de esto, el aprendizaje conductual es horrible. El niño logra su objetivo a través de la rabieta generando una asociación entre estímulo y respuesta que va a condicionar la convivencia familiar en el futuro. Los padres no son conscientes de que le están enseñando una conducta concreta a partir de su forma de relacionarse con el niño.
Leer cuentos a los niños multiplica por 5 sus probabilidades de éxito escolar, pero esto requiere tiempo y convivencia. El niño viene programado genéticamente para empatizar con el entorno, generar dependencias a través del apego y, por imitación, aprender a interpretar los gestos y las intenciones de quienes les rodean. Su curiosidad hacia el entorno fomenta la exploración del mundo físico que le rodea aprendiendo a establecer fronteras entre el yo y el mundo circundante. Necesita experimentar con el mundo físico para comprender cómo manipularlo. Necesita aprender a hablar correctamente para pensar correctamente. Y todo esto se consigue a través de la adecuada estimulación respetando los tiempos de maduración de la mente infantil, a través de la convivencia y la atención. Pero esto requiere tiempo.
Este niño será mañana hiperactivo, dirán que tiene déficit de atención y vivirá pendiente de los juegos electrónicos. Su pensamiento será más icónico que formal y tendrá dificultades para comprender mensajes complejos o textos. Probablemente acaben medicándolo. Pero este niño, en realidad, es una víctima de la mala educación y la ignorancia de la familia en la que le ha tocado nacer.
Aquí os dejo las imágenes. Que cada cual saque sus conclusiones: