MIGUEL HERNÁNDEZ, PASEO POR SU VIDA Y SUS POEMAS.

MIGUEL HERNÁNDEZ: CLAVES DE UNA VIDA Y UNA OBRA.-

Una vida para sentir,

Una vida para amar,

Una vida para luchar,

Y una muerte para hacer

eternas tus palabras.

La celebración del centenario del nacimiento de Miguel Hernández es la mejor excusa para acercarnos a los versos de uno de los más grandes poetas del panorama español. Alguien en quien confluyen una serie de circunstancias que lo van a hacer único por la fuerza de sus imágenes poéticas y de su expresión. Tengo compañeros que afirman que la obra ha de bastarse a sí misma, que no requiere del conocimiento de la biografía del autor. Yo, en cambio, pensando que esto es cierto, también afirmo que el conocimiento de las circunstancias sociales y particulares de una vida nos dan claves importantes sobre el sentir que origina la obra. La vida de Miguel es una de ellas, una vida llena de vivencias y claves que trasladará a sus poemas; de hecho, si hay algo que podemos afirmar de Miguel Hernández es que se trata de un poeta vital, es su propia vida la que nutre su poesía.

Nació en una familia humilde, en Orihuela, en 1910. En una época de grandes diferencias sociales, en un pueblo con una economía agrícola en crisis, su familia vive del pastoreo, de la cría de ovejas para vender su carne y su leche. La madre se dedicaba a la casa, tuvo siete hijos de los que sólo vivirían cuatro. Su padre logra que admitan a Miguel en las escuelas del Ave María, donde entra con nueve años.

Allí tuvo a Ramón Sijé como compañero. A los doce años dejará el colegio para ayudar en las labores propias de su familia. Con un bagaje elemental de lectura y de escritura, emprendió el camino de los montes buscando prados donde pastorear. Es este contacto con la naturaleza, en armonía, en silencio, una de las experiencias que más van a marcar su poesía. Nunca insistiré bastante en la fascinante originalidad de Miguel Hernández que desde su campo y su huerto, sus montes y su aldea, nos trae a la poesía española un léxico y unas imágenes únicas impensables antes de su obra («besarte fue besar un avispero», «de la tierra que … estercolas», «…escarbar la tierra…»).

La suerte lo mantiene en contacto con su compañero Ramón Sijé, persona con inquietudes culturales y una biblioteca que permitiría a Miguel familarizarse con los clásicos españoles a quien invita a participar en las tertulias que organizabanen su casa. Hasta el momento, según él mismo confiesa, leía todo cuanto caía en sus manos de forma desordenada y caótica, sin criterio. Imagino el respeto reverencial de alguien humilde hacia esa persona culta que le abre los brazos reconociendo sus inquietudes, su curiosidad intelectual y su sensibilidad. Es la época de la influencia de Góngora y Garcilaso, pero también de autores más modernos como Darío o Antonio Machado. Asimila todo: estilo, métrica, musicalidad. Publica algunas colaboraciones en la revista El Gallo Crisis, dirigida por su amigo Sijé, de tendencia tradicional y católica. Hay quien dice que en estas tertulias literarias conoció a Josefina Manresa, la que sería su esposa, la que se derramará hilo a hilo sobre la cuna de su hijo recién nacido y a la que irían sus últimos pensamientos.

Viaja por primera vez a Madrid con veinticuatro años. Fue un viaje duro, de penurias, en el que apenas sobrevive gracias a la ayuda de sus paisanos. Le consiguen algunas entrevistas y asiste a tertulias y lecturas literarias. Pero es un poeta en ciernes y desconocido. Finalmente, con una gran frustración en su maleta, tuvo que regresar a Orihuela. Es el momento de sus primeras publicaciones (Perito en lunas, 1934) que tienen una gran acogida de público. Empieza a ser conocido. En su segundo viaje a Madrid, puede hallar un trabajo de la mano de José María Cossío que está elaborando en ese momento su enciclopedia taurina, así logra permanecer esta vez en la capital y entrar en contacto con los autores de la Generación del 27. Josefina trabajaba en un taller de costura en una calle de obligado paso hacia su trabajo, es ahí donde comienzan a salir y donde surge el amor. Dos de los autores del 27 lo marcaron profundamente: Pablo Neruda, cuya influencia desplazaría la ascendencia tradicional y católica de Ramón Sijé abriendo su mente al compromiso social beligerante; y Vicente Aleixandre, con quien mantuvo su amistad a pesar de sus posiciones ideológicas contrarias en la Guerra Civil española. En 1936 comenzaría su obra de mayor madurez, El rayo que no cesa, centrado en tres ejes transversales: la vida, la muerte y el amor. Se halla aquí la mejor elegía escrita en lengua castellana desde las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, la que dedica a su mentor y amigo Ramón Sijé.

Cuando triunfa el Frente Popular, participa activamente en las Misiones Pedagógicas y se implica en la dinamización cultural de la República. En febrero de 1937 es destinado en Andalucía al «Altavoz del Frente». En marzo se casa con Josefina Manresa. Participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia. Realiza un viaje a la URSS, formando parte de una delegación española enviada por el Ministerio de Instrucción Pública, para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Se publican Viento del Pueblo, Teatro en la guerra y El labrador de más aire. En diciembre nace su primer hijo, Manuel Ramón.

En otoño de 1938 muere su hijo y ello provoca una serie de poemas que anuncia en su libro Cancionero y romancero de ausencias. Escribe el drama Pastor de la muerte. Actúa como soldado, y como poeta, en diversos frentes.

Es la época de la llamada “poesía de trinchera”, poesía circunstancial al servicio del espíritu de los soldados que se leía de viva voz en el frente o usando megáfonos para animar a la tropa (Viento del pueblo, incluye la famosa “Canción del esposo soldado” dedicada a su mujer y la famosa “El niño yuntero”). Su activismo no cesa.

Su matrimonio estuvo marcado por la mala suerte. Apenas pueden estar juntos. Josefina, un mes después de la boda, debe marchar para Cox a cuidar a su madre, muy enferma, que muere poco después. Miguel cae enfermo de una “anemia cerebral” según los partes médicos, y se reúne con ella. Aprovecha el paréntesis para asistir al II Congreso de Escritores Antifascistas (André Malraux, Tristán Tzará, Juan Marinello, etc.) y viaja a la Unión Soviética, invitado junto a algunos artistas españoles. Poco después de su regreso, nace su primer hijo pero vivirá poco tiempo, muere víctima de una infección intestinal (1938), el segundo nace en 1939 y sólo vería a su padre entre rejas.

Al acabar la guerra trata de huir por Portugal, pero allí es detenido por la guardia portuguesa y entregado a la Guardia Civil en Rosal de la Frontera. Tras una breve prisión en Torrijos, en septiembre es puesto en libertad, probablemente aprovechando una mini-amnistía a presos políticos. Entonces, regresa a Orihuela para reunirse con Josefina; pero allí es detenido por un tal Morell, un oficial de juzgado del mismo Orihuela. Es juzgado y condenado a muerte, pero al final, sus amigos, Cossío entre otros, interceden por él y consiguen que la pena le sea conmutada por treinta años de prisión. Josefina va a verlo todos los días (Cancionero y romancero de ausencias 1938-1941) Él, compadecido de Josefina, le miente en una carta de julio de 1940 diciéndole que sólo le han echado doce años.

Viene ahora la peregrinación por varias cárceles, de Palencia a Ocaña, de allí a Alicante. En una de ellas coincide con otro gran autor español, el dramaturgo Buero Vallejo, gran dibujante a quien debemos su último retrato a lápiz y una anécdota que nos da la talla humana del poeta. Cuenta que un día un compañero de celda estaba especialmente triste. Miguel se interesó por él: era el cumpleaños de su hijo y él estaba en la cárcel y no tenía nada que ofrecerle. Dice que Miguel se fue a su camastro, rompió una caja de cerillas y en la cara interior del cartón escribió un breve poema. Se lo ofreció al compañero: “Toma, así tendrás algo que regalarle”.

Tras sucesivos traslados en condiciones de precariedad y hacinamiento, contrae la tuberculosis y muere de “fimia pulmonar”. La defunción la firma el doctor Barbero. Sus  últimos pensamientos fueron hacia su mujer: “Josefina, hija, que desgraciada eres”. El 28 de marzo de 1942, sábado y víspera de Domingo de Ramos, Josefina acude, como cada día, a la cárcel con su cesta de comida. Se la rechazan. Ella da media vuelta sin preguntar nada: “…no tenía fuerzas para que me aseguraran su muerte”. Fue enterrado en el cementerio de Nuestra Señora del Remedio. Nicho 1009. Su lápida reza: “Miguel Hernández, poeta”.

Su ideología comunista, combativa y su implicación pública en la Guerra Civil hizo que sus libros fueran censurados, durante cuarenta años su nombre fue silenciado en España. Pero su voz siguió publicándose una y otra vez más allá del Atlántico y hoy recuperada sigue sonando con una frescura e intensidad inigualables.

ALGUNAS PINCELADAS DE ESTILO: SOBRE SUS OBRAS.-

POESÍA:

PERITO EN LUNAS (1934): Época clásica. Está compuesta en 42 octavas reales. Trata sobre objetos humildes y cotidianos, el día a día, pero en clave gongorina. Lo característico es el hermetismo. Intuimos ya la vertiente social que posteriormente desarrollaría.

EL RAYO QUE NO CESA (1936): Formalmente, dominan los sonetos. Destaca la “Elegía a Ramón Sijé” escrita en tercetos encadenados. Se centra en el sentimiento y el sentido de la vida: la vida, la muerte, el amor. Es la obra más madura.

VIENTO DEL PUEBLO (1938): Poesía al servicio de la contienda. Poesía de trinchera.

CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS (1940): Utiliza las formas tradicionales y populares, estilo conciso, sencillo. Domina la pesadumbre por la separación de su mujer e hijos, la angustia por los efectos de la guerra.

POEMAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Para leer despacio a golpe de latidos,

Para sorber las sílabas sin viento,

Para agotar el alma entre lamentos,

Por un sentir ceniciento ya perdido.

(Homenaje al centenario de su nacimiento. José Carlos Aranda)

ÍNDICE:

– Elegía a Ramón Sijé

– Umbrío por la pena, casi bruno…

– La boca
– Menos tu vientre todo es confuso…

– Nanas de la cebolla
– Tristes guerras
– Canción del esposo soldado

– Pena bienhallada
– El niño yuntero.

– El silbo de afirmación en la aldea.

– Nanas de la cebolla.

Elegía a Ramón Sijé

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Umbrío por la pena, casi bruno…

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena en mi paz y pena en mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

La boca

Boca que arrastra mi boca,
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos tremendos aletazos.

El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.

Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca ya enterrada,
sin boca, desenterramos!

Bebo en tu boca por ellos
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

Menos tu vientre todo es confuso…

Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo es postrero
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.

Nanas de la cebolla


La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Tristes guerras

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos,
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

De «Viento del pueblo» 1936 1937


Pena bienhallada

Ojinegra la oliva en tu mirada,
boquitierna la tórtola en tu risa,
en tu amor pechiabierta la granada,
barbioscura en tu frente nieve y brisa.

Rostriazul el clavel sobre tu vena,
malherido el jazmín desde tu planta,
cejijunta en tu cara la azucena,
dulciamarga la voz en tu garganta.

Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,
rostriazul, barbioscura, malherida,
cejijunta te quiero y dulciamarga.

Semiciego por ti llego a tu puerta,
boquiabierta la llaga de mi vida,
y agriendulzo la pena que la embarga.

El niño yuntero

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

El silbo de afirmación en la aldea.

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas…
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.

Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz meé larga y tendida.

Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.

Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.

Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones,
mecánicas jaurías,
me seguían lujurias y claxones,
deseos y tranvías.

¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!: ¡gran demontre!: ¡gran puñeta!
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!

Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.
Árboles, como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo; y lados
de creación ultrajada por orines.

Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.

¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?

Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?

¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia!  A ver, ¿cuál sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!

¡Ay, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
No concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.

* * *

He medio boquiabierto
la soledad cerrada de mi huerto.
He regado las plantas:
las de mis pies impuras y otras santas,
en la sequía breve de mi ausencia
por nadie reemplazada. Se derrama,
rogándome asistencia,
el limonero al suelo, ya cansino,
de tanto agrio picudo.
En el miembro desnudo de una rama,
se le ve al ave el trino
recóndito, desnudo.

Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
No puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.

Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.

Con una paz de aceite derramado,
enciende el río un lado y otro lado
de su imposible, por eterna, huida.
Como una miel muy lenta destilada,
por la serenidad de su caída
sube la luz a las palmeras: cada
palmera se disputa
la soledad suprema de los vientos,
la delicada gloria de la fruta
y la supremacía
de la elegancia de los movimientos
en la más venturosa geografía.

Está el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.

Haciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay az’har, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.

Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

 Miguel Hernández

Espero que esta selección de poemas te anime a acercarte y a disfrutar de la obra de este gran poeta español. Te recomiendo también que te acerques a ella a través de Juan Manuel Serrat que musicó de forma maravillosa algunos de sus poemas. De su «Elegía», busca en Internet la versón que realizó el grupo andaluz Jarcha, es una declamación dramática con coros excepcional en su ejecución.

José Carlos Aranda

Acerca de #JoseCarlosAranda

Doctor en Ciencias de la Educación y Doctor en Filosofía y Letras; Creador del Método Educativo INTELIGENCIA NATURAL (Toromítico 2013, 2016). Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba (España). Profesor universitario y de EEMM, educador, escritor, conferenciante, colaborador en TV, Prensa y Radio. PREMIO CENTINELA DEL LENGUAJE 2015 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.
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