La Asociación de Padres y Madres del Colegio Santa Victoria me llamó y allí estuvimos para hablar de nuestros hijos, de nuestro colegio, de lo que es o debería ser la educación. Fue emocionante volver a entrar en Santa Victoria, una de las escuelas más antiguas de Córdoba. Todo ha cambiado, hoy es un centro concertado que sigue el signo de los tiempos. Pero forma parte de nuestra historia, de la historia de generaciones de la que yo mismo formo parte. Mi madre estudió en Santa Victoria en un periodo en que había alumnas internas que vivían literalmente en aquel edificio. Mis tías, Chari, Reme y María Luisa también fueron internas de aquel colegio y, durante dos años, cada día fui a esperar a sus puertas a la que hoy es mi mujer y la madre de mis hijos. Y… hay experiencias que jamás se olvidan.

Es impresionante la solera que conservan aquellas galerías altas abovedadas y aquellas losetas rojizas desgastadas por tantos zapatos inquietos y curiosos. Cuando entré en el Salón de Actos traté de imaginarme a mi mujer, a mis tías, a mi madre comiendo allí, en lo que entonces era el comedor al que se accedía por el patio central con su fuente de azulejos tan decimonónica, con sus palmeras centenarias. Os aseguro que fue entrañable.

Pero la realidad acaba por imponerse a las fantasías y la magia del presente acabó imponiéndose con la presencia de esos padres y madres que siguieron el acto y esa charla. Fue entrañable, pero más que mi intervención vuestras preguntas, vuestras inquietudes, vuestra actitud maravillosamente curiosa, activa, proactiva a favor de vuestros hijos. Cada vez que estoy con vosotros, con los padres, me siento renovado en la conciencia de que el mensaje, este mensaje de aceptar a nuestros hijos como seres únicos que merecen ser felices, es cada vez más necesario.

Siempre estaré ahí, gracias por compartir vuestro tiempo, vuestras ilusiones y vuestras preocupaciones. Es algo que nos enriquece a todos.

José Carlos Aranda