Hoy me encuentro con este artículo de Cristina García, pedagoga, terapeuta infantil, orientadora familiar y fundadora de Edúkame. El artículo pone las bases necesarias para una buena educación emocional. Un error muy frecuente en educación es confundir persona y actos… Todos hacemos cosas mal, lo que no quiere decir que «seamos malos», probablemente no sepamos hacerlo mejor. Pero los actos tienen su origen en la emoción, es esa emoción generada en la zona límbica de nuestro cerebro la que incita a la acción. Este componente emocional es una salvaguarda para nuestra supervivencia. Si ante un peligro determinado tuvieramos que racionalizar cuál es la causa de nuestro miedo en lugar de salir corriendo, el león ya nos habría comido en ese pequeño intervalo. Los niños están en proceso de desarrollo de la precorteza cerebral, el área del raciocinio y el lenguaje, según la edad verbalizan con dificultad y el mundo de las emociones les resulta desconocido, actúan por impulsos irracionales porque no han adquirido aún la capacidad de reconocer las causas ni de controlar las reacciones. Esto es difícil incluso para los adultos si no estamos entrenados o no hacemos el esfuerzo consciente. En el experimento sobre la anticipación de respuesta, solo el 40 % de los sujetos fueron capaces de producir alteraciones.
En Inteligencia natural (Toromítico, 2014, 2ª ed.) trato de cómo el educar contra las emociones, especialmente en la primera infancia, merma la autoestima y el desarrollo del niño sencillamente porque las emociones no las controlamos, son instintivas y nos asaltan sin previo aviso. Nadie decide tener miedo en una situación determinada, simplemente lo siente. Pero el miedo no es malo, como tampoco lo es la vergüenza o la envidia o los celos. Cada una de estas emociones tratan de ponernos a salvo de posibles peligros. De ahí que no debamos «prohibir» las emociones. Decirle a un niño que «los hombres no sienten miedo» es cruel e innecesario porque él no puede evitar sentirlo, el mensaje que recibe es «yo no soy ni seré un hombre porque siento miedo», de ahí la merma en su autoestima. Lo que sí podemos y debemos hacer es acompñarlos en el reconocimiento y gestión de sus emociones. En este sentido me ha interesado este artículo. Las pautas que ofrece son sencillas y correctas, hay que poner límites ante una conducta que queramos corregir, pero indagando en las causas y ofreciendo pautas de conducta claras que faciliten al niño formas específicas de canalizar sus emociones: identificación, reconocimiento, gestión, son los tres pasos a seguir.
A lo expuesto yo añadiría la importancia del momento elegido para mantener la

Ira
conversación con el niño. Es importante que se relaje, que se tranquilice… Es también importante que la conversación sea inmediata o muy próxima a los hechos que queremos corregir o perderá eficacia, pero recordemos que un niño alterado no escucha. Enseñémoslo a respirar y a tranquilizarse hasta que comprobemos que se ha relajado. La respiración es clave. En estado de alteración, estamos en el denominado «rapto de la amígdala» y escuchamos solo a nuestras emociones. No serviría de nada, si forzamos la situación solo lograremos una reacción de cierre y bloqueo. Para hablar, situémonos a su altura y mantengamos el rostro cerca mirándonos a los ojos. Evitemos gritar o usar tono amenazante, controlemos nosotros mismos nuestras emociones. Y entonces, procedamos a hablar con nuestro hijo.
Simplemente recordar que, como afirma el científico Jonah Lehrer, que «Si no fuera por nuestras emociones, la razón ni siquiera existiría». Nos cuenta el caso de un paciente, Eliot, que perdió una pequeña parte de la precorteza cerebral en una intervención quirúrgica. Aunque era un alto ejecutivo y su memoria e inteligencia parecían intactas, al cabo de un tiempo lo perdió todo. El problema era que no era capaz de tomar decisiones porque había perdido la capacidad de sentir emociones. Todo le era absolutamente indiferente. Las emociones, aún las más dolorosas y negativas, están ahí cumpliendo su función en nuestras vidas, importa conocerlas y aprender a gestionarlas escuchándolas y prestándoles la atención que se merecen.
Aquí os dejo con este interesante artículo:
«Educar la conducta a través de la escucha emocional, ¿cuáles son las pautas?.

Vergüenza
Todas estas son situaciones que los niños no saben procesar todavía con su mente; pues, por su corta edad sus habilidades de razonamiento se están formando. En cambio, ¡sí saben procesar emocionalmente!
Por este motivo, os invito a abrir los ojos del corazón ante la conducta de vuestros hijos. Si queremos ayudarles a superar todas las etapas de la infancia con la autoestima alta tenemos que hablar su mismo lenguaje: el de las emociones.
Limitar la conducta pero no la emoción
Cuando un niño muerde, pega o empuja a otro niño actuamos censurando y corrigiendo esta conducta, algo que está bien y además es necesario, pues las conductas dañinas se deben limitar, pero no es suficiente. También es muy importante que averigüemos qué emoción ha originado esta conducta. Y lo más importante: que lo hablemos con él.
“Si muerdes haces daño y no está bien hacer daño a los demás. ¿Qué te ha pasado: te has asustado y por eso has reaccionado así; o te has enfado porque él tiene un juguete que tú también quieres?
Si el niño es muy pequeño, conviene que escuchemos su respuesta a través de los gestos de su cara, de su gesto corporal. Si tiene más de 4 años puede que use el lenguaje para contestarnos. Pero lo más importante no es que nos conteste, sino que mamá o papá “pongamos” palabras a lo que ha sentido y le ha hecho actuar así.
Tras nuestra escucha – con el corazón y la observación -, es importante que le indiquemos

Miedo
de qué formas puede actuar la próxima vez que se sienta celoso, enfado, con vergüenza, etc; sin dañar a nada ni a nadie.
Detrás de la conducta de nuestros hijos hay un origen emocional que hemos de esforzarnos en observar y atender. Te proponemos cinco pautas para ayudar a tu hijo a identificar y gestionar sus emociones.
La escucha emocional
La escucha emocional nos ayuda a que el niño se sienta escuchado y comprendido, que conozca los sentimientos que le llevan a actuar de esa manera y sepa de qué forma puede expresar lo que siente.
Así pues no respondamos únicamente a su comportamiento, escuchemos y acojamos también la emoción que la sustenta:
- Describe lo sucedido con “frases espejo”, (sin censurar, reñir, o castigar) ¡veo que le has hecho daño!
- Pregúntale qué le ha pasado, qué ha sentido para actuar así. Ayúdale dándole pistas pues tú conoces más vocabulario y dominas mejor el lenguaje emocional.
- Escucha mirándole a los ojos y reconoce sus sentimientos de forma verbal y no verbal: puedes asentir con la cabeza o decir palabras cortas: vaya, ajá, ya veo, etc.
- Se censura o limita la conducta, nunca las emociones: ya veo te has asustado pero no está bien hacer daño a los demás…
- Muéstrale cómo puede expresar sus emociones, sin dañar a nadie, ni a él mismo, ni a nada. Si te sientes asustado lo puedes expresar con palabras, con un grito. Pero nunca mordiendo”.
Fuente: Cristina García. Pedagoga, terapeuta infantil, orientadora familiar y fundadora de Edúkame.