¡Hasta siempre, maestro!
Ayer, a los 84 años, murió Umberto Eco. Y se marchó sin hacer ruido. Aunque no te vas del todo y seguirás conmigo, paciente, en un estante, esperando revivir desde tus líneas el monasterio medieval de El nombre de la rosa. Me enseñaste que “El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?”; que la filosofía no es más que nuestra respuesta ante un acto de asombro; que “Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia”. Y tantas otras cosas que, aunque hayas seguido tu viaje, te llevaré conmigo, te llevaremos con nosotros mientras tu obra perviva en nuestro recuerdo, entre los cementerios de Praga, o quizás llegando un día antes a aquella isla para disfrutar las aventuras de Baudolino o simplemente para mirar juntos el horizonte en el silencio de un atardecer. Porque también me enseñaste que el silencio puede ser más poderoso que las palabras.
Hasta luego, maestro. Gracias por ser tú, por tu trabajo, por tu legado.
