Tenía 32 años. Unos vídeos sexuales antiguos, grabados 5 años atrás saltaron a las redes sociales. Llegaron hasta los teléfonos móviles de sus compañeros de trabajo en una planta de automóviles de Madrid. Su cuñada, trabajadora en la misma planta, acabó por ver los vídeos, su marido acabó por enterarse. ¿bromas? Es fácil imaginar el acoso y las humillaciones, los comentarios, las risitas, las visitas entre cuchicheos, las insinuaciones… No soportó la presión. Acabó sucidándose. Tenía dos hijos. El mayor de cuatro años, el menor aún no había cumplido uno. Entró en la empresa como carretillera, luego pasó a la sección de ejes y puente. Tenía ante si un proyecto esperanzador de futuro. Hoy todos dan el pésame, piden que no se culpe a «todos», que no «todos» son culpables, que no «todos» son cómplices. La policía pide tranquilidad, no se puede culpar a nadie porque aún no se sabe quien divulgó el vídeo que originó el desastre. Pero lo cierto es que el delito existe. Y no solo por parte de quien lo colgó en las redes, también de quien lo compartió convirtiéndose en cómplice.
Le empresa lo sabía, pero no lo consideró un asunto laboral, le recomendó que denunciara ante la policía. Ella se negó, quizás porque la denuncia hubiera hecho aún más notorio el caso. ¿Lo sabría ya en ese momento su marido? ¿Fue el último intento de protegerse, de proteger a su familia, a sus hijos? Apareció ahorcada en su domicilio.
La expareja se ha presentado ante la policía. Le han tomado declaración. Ha quedado en libertad. Declara no haber sido él quien difundió las imágenes. El juez tendrá que estudiar el caso.
Ahora la maquinaria se ha puesto en marcha, el Juzgado de Instrucción número 5 de Alcalá de Henares ha abierto diligencias. Hay un presunto delito por revelación de secretos (artículo 197.7 del Código Penal). Una ley que se aprobó en 2015 como consecuencia de un caso parecido sin este final trágico. La Fiscalía también ha abierto diligencias. La fiscal de la Sala de Criminalidad Informática, Elvira Tejada, ha pedido informe a la Policía Nacional para investigar los posibles delitos, también la Agencia de Protección de Datos ha iniciado actuaciones de oficio. También los sindicatos están ya estudiando las posibles responsabilidades de la empresa, si debió o no activar el protocolo de acoso.
Pero todo esto llega ya tarde. Verónica ya está muerta. Y los culpables somos todos. ¿De verdad educamos a nuestros hijos en el buen uso de las redes sociales? ¿Somos los adultos conscientes de la trascendencia que tiene lo que colgamos, compartimos, difundimos a través de las redes sociales? La verdad es que no. Existe un sentido generalizado de mero entretenimiento intrascendente, lúdico, festivo… Pocos somos conscientes de que nuestra actividad en las redes sociales puede ser constitutiva de delito. Tampoco nuestros hijos. Porque nunca pasa nada.
Hay un falso sentido de la intimidad en la soledad de una habitación vacía frente a un teclado y una pantalla. Parece que lo que hiciéramos, no saliera de allí. Pero es una falsa sensación porque estamos sentados ante un ojo que todo lo ve y que nunca olvida. El vídeo había sido grabado cinco años atrás. Verónica era ya otra persona distinta, con toda una vida por delante. Pero aquella imagen grabada no sabemos cómo ni por qué, apareció de pronto en su vida rompiéndole todos los esquemas. Bajo el paraguas sonriente de la broma, de la gracia, del mero entretenimiento, no somos conscientes del daño que podemos causar a una persona. Y todos llevamos ya un teléfono móvil en la mano que tiembla o suena avisándonos permanentemente de un nuevo mensaje, de un nuevo vídeo, de una nueva conexión, y nos invita a verlo, a compartirlo, a comentar, a sentirnos como parte de algo que, sin existir, nos absorbe y nos persigue, nos condiciona.
Es necesario educarnos para educar. Nuestros hijos, nosotros mismos, debemos ser conscientes del daño que podemos causar simplemente por formar parte de una cadena ciega y sin sentido. Y estos casos tenemos que comentarlos en familia. Porque hay mucho depredador en las redes sociales y la extorsión por imágenes sexuales colgadas es cada vez mayor. Creemos que esto no nos va a pasar a nosotros, que nunca le pasaría a nuestros hijos, que son inocentes, que no están en esa nube. Pero no es así. La verdad es que, si no tomamos precauciones, vivimos en la más absoluta ignorancia de lo que ocurre cuando se cierra la puerta de ese cuarto y los dejamos con esa ventana abierta al mundo por la que se puede asomar cualquiera. Y a todos nos gusta sentirnos valorados, queridos, deseados, sentirnos únicos para alguien, aunque sea un anónimo que solo sea una promesa incierta de romance en un mundo donde las emociones reales cada vez se venden más caras. Todos pueden tener un momento de debilidad que les persiga el resto de sus vidas, un ¿por qué no?, un ¿a que no te atreves? un «total, si esto queda entre él y yo».
Antes de colgar una imagen, un vídeo, un comentario piensa en el tablón de anuncios del instituto, del colegio, de la fábrica donde trabajas y decide si esa imagen, ese vídeo, ese comentario te gustaría que fuera visto u oído por todos cuantos pasen por ese pasillo, que pudieran hacer comentarios debajo y que esos comentarios quedaran permanentemente expuestos para que otros que pasen los lean, los vean y sigan comentando. ¿Te gustaría? Antes de dar un “me gusta” o colocar un emoticón con una sonrisa ante el vídeo o la fotografía o el comentario sobre un compañero o un desconocido, pregúntate si ese vídeo, esa fotografía o ese comentario se hubiera hecho sobre ti, ¿te gustaría que los demás lo aplaudieran, lo difundieran, lo comentaran?, ¿o te sentirías herido? Si no estás seguro de estar haciendo lo correcto, no lo cuelgues, no lo subas, no lo reproduzcas, no lo compartas. No te conviertas en cómplice.
No sea que tú mismo te conviertas en tu propia víctima.
NO ES UN CASO AISLADO:
Con fecha 29 de mayo leo esta noticia: “Joven se suicida en Malasia tras publicar sondeo sobre su muerte en Instagram”
El 23 de enero una niña de 14 años se suicidó en Miami. Se llamaba Nakia Venant. Durante dos horas emitió un vídeo. Se veía como se ahorcaba con su bufanda en el cuarto de baño. Nadie acudió en su ayuda, probablemente creyeran que era una broma o un espectáculo. Sus padres dormían en la habitación de al lado.El vídeo se hizo viral.
Unas semanas antes, por conseguir más “me gusta” en instagram, una niña de 12 años Katelyn Nicole Davis, se suicidaba en vivo en Geordia. Emitió durante cuarente minutos y acabó colgándose de un árbol.
El 14 de abril, un niño de 13 años, grabó su propia muerte por un disparo accidental de una pistola con la que jugaba. Ocurrío en Estados Unidos. El vídeo se hizo viral.
¿Todo vale por un Like? Recientemente, un hombre llamado Steve Stephens decidió colgar un asesinato en directo. Eligió una víctima al azar. Lo colgó en Facebook. Da igual que el vídeo se haya retirado de la plataforma, circula como la pólvora por las redes sociales. Basta advertir que “puede herir tu sensibilidad”.
Es imprescindible educar en el uso de las nuevas tecnologías, ser conscientes de los enormes riesgos que comportan. Si nunca se nos ocurriría poner una pistola en manos de un niño, ¿cómo le ponemos un móvil antes de que sean capaces de gestionarse a sí mismos? ¿Somos realmente conscientes de las ideas, de las imágenes, de las sugerencias, de las tentaciones que pueden entrar por esa puerta?
Es un arma cargada que cualquiera puede disparar.