
Gustado he de saber este caso que no sabía, y así yo os contaré lo que del Padre Ávila (B) supiese pero con la condición de que vos hagáis lo mismo. Yo lo prometo, dijo Colodro, pues me crie con un discípulo del maestro Ávila que de día ni de noche no dejaba de contar cosas admirables que le vio hacer. Mas vayamos a lo que importa y sabed que en la Iglesia Mayor de Córdoba, un mozo rico y noble llamado el Cupidito, el cual se había entregado a unos gustos con mucho escándalo de la ciudad, puso los ojos en una señora no menos principal que él ni menos dominada de sus pasiones.
Sucedió que, por engaño, o por fuerza, se salió de la casa de sus padres y se fue a la casa del caballero. Estuvo sin salir de ella seis o siete años, en cuyo tiempo parió varias veces con tanto olvido de Dios que no salía para misa ni para nada de religión. Los parientes de la señora no lo ignoraban, pero no lo podían remediar, mas Dios lo dispuso de esta forma:
Era principio de Cuaresma y estaba el maestro Ávila predicando (A) en la ciudad. Seguíale toda ella de suerte que para oírle se iba a tomar lugar a las dos y tres de la mañana. Habiendo salido a sus negocios el caballero, uno de sus criados se volvió a casa admirado de ver la infinidad de gente que en la iglesia estaba y pasando por el aposento de la señora le dijo esto: “Fulano, ¿qué novedades hay en la ciudad? A lo que le contestó contándole lo que había visto, a lo que añadió que había en la ciudad un sacerdote llamado maestro Ávila tan gran predicador que todos le siguen para oírle. Fue tal el deseo de la señora de verle y oírle que sacándose una sortija del dedo le rogó por amor de Dios que le trajese un manto y la sacase de allí que le daba palabra de que para cuando su amo volviese ya estaría de vuelta. Creyose el buen escudero de las razones que le dijo y movido a compasión le trajo el manto y la sacó de allí.
La señora se fue al momento a la iglesia y logró colocarse frente al púlpito a tiempo (B) que estaba el predicador en él, y sucedió una cosa que, por ser particular y no fuera de propósito, la diré aquí: es, pues, que en aquel tiempo se decía el Credo antes del sermón, y desde el Concilio acá, se dice después del sermón. Sucedió que para oír este se fueron apretando muchísimo, y después que para oír el Evangelio se levantaron, al sentarse para principiar el sermón fue tanta la apretura que se quedaron ocho mujeres sin sitio, lo que extrañó toda la gente. Y hubo de salir el maestro de ceremonias con dos canónigos y no bastó para que hiciesen lugar a las mujeres. Viendo el Padre Ávila qu le impedían el sermón, dijo estas palabras: «La persona que no es comedida, más valiese que no hubiera nacido al mundo». Hizo tanta impresión estas palabras que luego se sentaron las mujeres y dieron lugar a las que estaban en pie y pudieron caber otras tantas, lo que he referido para que se (A) vea cuánta era la energía de sus palabras.
Comenzó pues el sermón encaminado todo a la señora como si se le hubiese revelado su miserable estado. Dijo los grandes castigos que Dios había hecho por él, trayendo mil lugares de la Sagrada Escritura, las penas preparadas a lo que de propósito se están en los pecados y, finalmente, dijo las piadosas que eran las entrañas de Dios para los que vuelven a él. Fue tanta la impresión de estas razones que, concluido el sermón, se fue derramando lágrimas al Padre Ávila pidiéndole rogase a Dios por ella, que era la peor mujer del mudo. El reverendo Padre la llevó a un confesionario a pesar de lo cansado que estaba. Después de haber confesado la señora sus culpas, le pidió por las entrañas de Dios la defendiese del enojo del caballero, que desde allí iría adonde la mandase confiando en él y pidiéndole favor y ayuda. Y se encargó de un negocio tan arduo y dificultoso, y llevó a la señora a casa de unos principales señores junto a la Magdalena. La señora de esta casa era muy sierva de Dios, y así que llegaron contó el Padre Ávila en pocas palabras la historia referida; y fue de tanto consuelo la conversión de la pobre señora y que su casa fuese el amparo de persona tan afligida que es dudoso quien tuviera en esto más placer. Acariciola y animola a la perseverancia prometiendo su ayuda y dando mil gracias de que Dios la hubiese traído a su casa ocasión de tanto merecimiento. Con esto comieron no sin lágrimas de alegría, que es regalo que hace Dios a los que le sirven.
CASOS RAROS OCURRIDOS EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA. CAJASUR, 2003 (2 TOMOS, EDICIÓN FACSÍMIL)
Transcripción del original, publicado en edición facsímil. Los números iniciales corresponden a los párrafos, los números entre corchetes a las páginas. Hemos respetado el léxico y la sintaxis por entender que se trata de un tesoro, pero hemos actualizado la ortografía para no inducir a error.