SOBRE EL ORIGEN DEL UNIVERSO
Me ha llamado la atención que en el mismo periódico, «Diario Córdoba», el mismo día, miércoles 22 de septiembre de 2010, aparezcan dos artículos de opinión sobre el mismo tema: el origen del universo. El primero está firmado por Ramón Folch, doctor en Biología. Se inserta en la sección de «Opinión», en la pág. 8. El artículo se titula «Dios y el universo». En él, se hace eco del cambio de opinión del eminente científico Stephen Hawking. Parece ser que ahora ha afirmado que con los datos disponibles se puede explicar el origen del universo sin la intervención de ser trascendente alguno. Ramón Folch se pregunta: «¿Y con los datos que aún no disponemos o de los que no dispondremos jamás?»; «Dios -concluye- es el nombre de lo que no sabemos explicar. Prescindir de él no es la explicación que nos viene faltando». En la página 6 del suplemento de «Educación», en un apartado que se nombra como «Rincón de la ciencia», bajo el título de «Evolución cósmica», David Galadí Enríquez nos ilustra con una frase destacada: «El universo primitivo sólo contenía hidrógeno y helio». Y explica en su artículo grosso modo el esquema de transformación de los elementos primigenios en las estrellas para fabricar con su «alquimia» los demás elementos. Ni yo tengo el conocimiento científico necesario para apreciar la fuerza de sus argumentos, ni hay argumentos en el artículo, sólo peticiones de principio, actos de fe. Quizás por ello concluye, parafraseando el Padrenuestro cristiano, que el concepto fundamental «[…] así en la tierra como en el cielo […]» es la evolución.
Soy un simple filólogo, pero no sé cuándo estudié aquello de que la ciencia se fundamenta en la prueba, en la experiencia empírica. Creo que fue por allá lejos, Hume, el empirismo, o algo así ¿no? En tanto que no puedes demostrarlo, lo que tienes en las manos es una hipótesis de trabajo más o menos plausible. Afirmar que la materia es eterna tiene su riesgo cuando no puedes demostrarlo con pruebas. Hasta ahora, según yo entiendo de estos artículos, estamos ante una hipótesis sobre la expansión del universo y la formación de todo lo conocido a partir de dos elementos primigenios. Pero no explica cómo surgieron, de dónde, cúando, estos elementos primigenios. En algún momento, de la nada, surgió una explosión de energía que se desarrolló en base a unas leyes constantes que generaron la evolución hacia todos los elementos conocidos. La clave es «la evolución».
Claro que entonces, en mi ignorancia me pregunto: ¿Y puede surgir algo de donde no hay nada? Mi experiencia me demuestra que no. Luego tengo que afirmar que la materia es eterna, o lo fueron los elementos primigenios a partir de los cuales se desarrolló el universo tal y como lo conocemos. Y sigo preguntándome: ¿Y tengo alguna prueba de que la materia primigenia es eterna? Ahí me quedo pillado.
El planteamiento me recuerda al de los presocráticos griegos tal y como lo explica el libro aquí comentado en el blog (Platón y un ornitorrinco…). Le preguntaba el discípulo al maestro: ¿Qué es la tierra? -Es como un plato. ¿Y qué sostiene ese plato? -Está sostenido sobre el caparazón de una tortuga. ¿Y qué sostiene el caparazón de esa tortuga? -Otra tortuga. ¿Y a esa? -Otra tortuga. ¿Y a esa? -Mira, tortugas hasta el infinito.
Cuando alguien hace una afirmación como «creo que la materia es eterna», está afirmando su creencia, su fe, en algo. Es creencia o fe porque no tiene certeza demostrada a través de la experiencia gracias a la experimentación. De tenerla, ya no estaríamos hablando de fe, sino de ley, principio, evidencia o certeza. Es curioso que es el mismo principio, el de la creencia o fe en algo que no puedo demostrar, el que me lleva a pensar que hubo un ser anterior a la materia, y que la creó con una intención definida, que existe, aunque yo no la comprenda, a partir de la cual se generó la vida como la conocemos y el ser humano como tratamos de conocerlo. Es un acto de fe. ¿Y quién creó a ese ser? Es eterno -ya estamos otra vez con las dichosas tortugas-.
Decía Federico Garcia Lorca que, a través de la poesía, nos acercamos hasta el misterio donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda en silencio. Debe ser eso, que soy un poeta y me sirve aquello de mis intuiciones cuando hablamos de misterios. Pero no dejan de hacerme gracia quienes, desde un acto de fe, tratan de ridiculizar a quienes viven en su propio acto de fe. Debe de ser que eso de ir con «los nuevos tiempos» los hace sentir en posesión de la verdad única inspirada en su fe «científica», y lo entrecomillo porque eso de la fe y la ciencia no se llevan bien. ¿O será que da miedo nadar contra corriente? No lo sé. Sólo sé que desde mi fe duermo tranquilo cada noche y será que ya soy muy viejo para andar cambiando el paso y sustituir las tortugas por delfines.
José Carlos Aranda Aguilar
Permitidme seguir en la nebulosa de mis sueños. Al fin y al cabo, yo soy quien duerme conmigo cada noche. Y que Dios nos ayude a todos.