Para muchos de nosotros, Kate Morton es una autora desconocida. No es de extrañar, el título que nos ocupa es su segunda novela publicada y, teniendo en cuenta que es australiana… Sin embargo, tomen nota del nombre porque está llamada a ser uno de los autores más vendidos en la próxima década. Las cifras marean. Ya su primera novela –La casa de Riverton– fue publicada en más de 38 países y con ésta segunda, El jardín olvidado, supera los cuatro millones de ejemplares vendidos.
Hay quien dice que los lectores necesitan material digerible y poco voluminoso. Esta obra contradice esta tesis tan repetida. La novela, en la edición de manejo de Punto de Lectura, cuenta con 537 páginas con una letra que desafía el aumento de mis gafas. Y les puedo asegurar que la arquitectura de la obra, que va tejiendo la historia de cuatro generaciones simultáneamente como si se tratara de los hilos de un tapiz, no es fácil.
Sin embargo, hay algo que engancha en su lectura. La prosa contiene unas bellisimas imágenes y unas cuidadas descripciones que no llegan a ralentizar el avance de la acción. Pero creo que su secreto está en la sensibilidad con que va construyendo sus personajes femeninos, unos personajes que se ven enfrentados a algo parecido a una maldición de soledad a lo largo de cuatro generaciones. Mujeres solas que tratan de hallar su sitio y encontrarse a sí mismas. Una novela donde los hombres brillan por su ausencia, casi. Y cuando aparecen constituyen un bálsamo o un tóxico necesario para engrasar el relato.
Como siempre, no os voy a adelantar acontecimientos, pero imaginad que viérais una niña abandonada con una maleta en un muelle. Tiene cuatro años. Sus enormes ojos te miran. No sabe cómo se llama. Estamos en los umbrales de la Primera Guerra Mundial, en Australia. ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Quién es? ¿Qué haríais con ella? Sin ser una novela de aventuras, estas respuestas serán poco a poco reveladas a lo largo de la trama. Será Cassandra, su nieta, la que logre por fin descubrir los misterios que rodearon aquellos orígenes.
Es una buena novela de vacaciones, de esas de tarde por delante y viento, lluvia o sol tórrido en la calle, cualquier excusa que invite a permanecer atento al deslizarse de las páginas entre las manos y evadir nuestra mente a otras vidas que compartir.