El principio de «autonomía» se simplifica en algo tan sencillo como «ser capaz de hacer las cosas por ti mismo». Nacemos con instinto de búsqueda de nuestra autonomía. El caminar erguidos trajo consigo la estrechez pélvica en la mujer y la necesaria adaptación del bebé que para atravesar el canal del parto nace inmaduro, con el cráneo aún abierto y los huesos flexibles. No hay en la naturaleza un recién nacido más «dependiente» que el ser humano. Pero desde ese mismo momento, comienza la carrera para conquistar la autonomía en la locomoción -aprendizaje a andar- y en la comunicación -aprendizaje a hablar- con lo que comporta de asimilación a un grupo humano -familia- en el aprendizaje de relaciones sociales.
Hemos de imaginar que el esfuerzo que realiza el niño para lograr esta adaptación es impresionante. Para él no cabe el concepto de fracaso, aprenden por acierto error y cuando no logran lo que se proponen no cabe otra que volver a intentarlo una y otra vez hasta que lo consiguen o logran imaginar otra vía de resolución para lograr su propósito: todo un adiestramiento en la resolución de conflictos.
La cuestión es ¿en qué momento dejan de intentarlo? Me gustaría que vieran el vídeo que les presento a continuación y se respondieran solo dos preguntas:
1: ¿Qué ocurriría si la madre ayudara uno a uno a cada uno de sus hijos a lograrlo?
2: ¿Qué ocurriría si el Estado ordenara el descenso de quienes lo han logrado porque atenta contra la integración social?
En efecto, el esfuerzo se pierde cuando se pierde la paciencia o se peca de «buenismo». Para fortalecer la voluntad y los músculos no queda otra que el esfuerzo continuo. Por eso, un consejo, si quieres educar en la autonomía NUNCA HAGAS POR ELLOS LO QUE ELLOS PUEDAN HACER POR SÍ MISMOS (Inteligencia natural, Toromítico, 2013):
EL SECRETO DE LA CONQUISTA DE LA AUTONOMÍA