El estrés modifica los circuitos neuronales a largo plazo impidiendo el desarrollo correcto del control de la emociones. En Inteligencia natural hablo de dos modos operativos del cerebro: el modo supervivencia y el modo aprendizaje. Es decir, los niños desatendidos o maltratados crecen con miedo y esa emoción los lleva a un cerebro en clave de supervivencia que utiliza la violencia y la posesión como forma de comunicación directa. Las reacciones son inmediatas, no reflexivas, dominadas por el cerebro límbico. Es el niño que grita y llora porque necesita sentir que tiene a alguien a su lado, que cuando por fin lo atiendes sigue llorando por miedo a que te vayas. El niño que se siente seguro, es amado, atendido, cuidado, crece en modo aprendizaje, es un explorador que se aventura con la curiosidad al descubrimiento del mundo que le rodea lleno de confianza. Esta diferencia de trato durante los cuatro primeros años va a crear un abismo entre los dos niños difícilmente superable: el uno tendrá unos buenos cimientos para triunfar en la vida, tiene un punto de apoyo sobre el que impulsarse, su familia, el amor de sus padres; el otro carece de cimientos y el miedo y la ansiedad lo acompañarán en su crecimiento, las probabilidades de inadaptación y fracaso serán su sombra permanente, ¿cómo queréis que crezcan vuestros hijos?
Cuentan que en cierta ocasión le preguntaron a Sigmund Freud al concluir una conferencia: «Doctor, ¿a qué edad debo comenzar a educar a mi hijo para que no convierta en un psicópata?», «¿Qué edad tiene su hijo?», «Cinco años» -respondió la señora-, «Entonces, señora mía, lleva usted cinco años de retraso».
Hoy, este artículo publicado en ABC por Pilar Quijada con fecha 23 de agosto de 2013, encuentro los resultados de las investigaciones realizadas por un equipo estadounidense donde se corrobora esta tesis. Muchas veces me han preguntado sobre las conductas agresivas y violentas, sobre el TDAH… Siempre respondo lo mismo: primero, analizar el ámbito familiar, que el ambiente y el trato que el niño recibe en el hogar sea estable, seguro, afectivo… Después, comprobar el mismo extremo en el Colegio: cómo se relaciona con maestros, compañeros, juegos, posibles casos de abuso o de acoso… Mirar ambos extremos con lupa y corregir toda tensión innecesaria en la vida del niño que solo transmite inseguridad y miedo. Solo cuando hayamos asegurado estos extremos, una vez garantizado el correcto trato, empecemos a evaluar al niño en sí.
Lamentablemente, cuando la pareja atraviesa dificultades de relación, de comprensión de confianza y las discusiones se hacen frecuentes, las primeras víctimas de la tensión y la violencia son los niños que sufren el ambiente desde la incomprensión, desde su miedo. Por eso en mi libro Inteligencia natural (Toromítico, 2013) dediqué un capítulo completo a «Crear familia», porque si no cuidamos el ambiente en casa, nuestras relaciones, nuestro amor como pareja, ¿cómo vamos a transmitirlo a nuestros hijos? Nunca insistiré bastante en que jamás se discuta delante de un niño, jamás se le trate con violencia, jamás le neguemos nuestro contacto humano y nuestro cariño… o estaremos levantando un edificio sin cimientos.
No sé si, como afirma el artículo, las consecuencias del estrés son tan permanentes o la plasticidad del cerebro puede paliar estas huellas emocionales durante el crecimiento. Creo que el estudio es poco significativo en cuanto a número de sujetos y seguimiento de la evolución a lo largo del tiempo. Pero sí pone blanco sobre negro cómo afecta a la infancia de un niño, a toda la infancia. ¿Calculan sus consecuencias? Inadaptación, agresividad, falta de concentración, poca capacidad de automotivación, incapacidad para aplazamiento de la recompensa, nula capacidad para la aceptación de frustraciones cotidianas… ¿A qué les suena?
Aquí les dejo con el artículo original:
El estrés en los primeros años de vida modifica de forma permanente el cerebro
Los cuidados inadecuados hacen a los niños propensos a la ansiedad y les impide regular bien sus emociones de adultos
Un estudio publicado en el último número de PNAS revela que el estrés en los primeros años de vida tiene efectos adversos sobre el comportamiento y el desarrollo del cerebro que se mantienen después en la vida adulta. De hecho se sabe que detrás de más de la tercera parte de los trastornos de ansiedad se esconden factores estresantes como la falta de cuidados o los abusos físicos o de otro tipo, que en la vida adulta se traducen en alteraciones emocionales y de conducta. Aunque se había relacionado las pautas de crianza inadecuadas y la falta de atención con una mayor propensión a las alteraciones de conducta y trastornos como la depresión y la ansiedad, hasta ahora se desconocían sus bases neurobiológicas. Tampoco estaba claro si las alteraciones emocionales y conductuales eran el resultado de las experiencias vividas por los pequeños o se debían a trastornos congénitos u otros factores preexistentes como malnutrición materna o exposición prenatal a sustancias nocivas.
Ahora un trabajo llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina Weill Corner (Nueva York) y la Universidad de California muestra que el cuidado inadecuado de los pequeños altera de forma permanente los circuitos cerebrales que procesan las respuestas de temor, haciéndolos emocionalmente más reactivos. En el trabajo, cuyo primer autor es Mattew Malter Cohen, se destacan las alteraciones persistentes en el circuito y función de la amígdala, la estructura cerebral encargada de procesar el miedo y las emociones. Además, estos efectos no son reversibles cuando se elimina la causa del estrés ni disminuyen al desarrollarse otras áreas del cerebro implicadas en la regulación emocional, como la corteza prefrontal.
Adopciones
Para su estudio, los investigadores estudiaron a 16 niños menores de once años criados en un orfanato y los compararon con un grupo control de diez niños criados con su familia. Según los autores las atenciones recibidas por estos pequeños en el orfanato son un buen modelo para estudiar la influencia del estrés en las primeras etapas de vida sobre el desarrollo posterior. Para controlar los factores genéticos y ambientales mencionados, los investigadores crearon un modelo de roedor. Simularon los escasos cuidados recibidos por los niños en el orfanato en los ratones previamente destetados limitando a las madres el material disponible para hacer el nido e interrumpiendo el cuidado materno a las crías. El estudio con roedores se limitó al periodo de destete, para equipararlo a la estancia temporal de los niños en el orfanato antes de ser adoptados. El estudio en roedores se llevó a cabo en edades equivalentes a la preadolescencia, adolescencia y etapa adulta de los seres humanos.
Los autores señalan que se produjeron cambios tempranos y de larga duración en el comportamiento ansioso y la función de la amígdala en los ratones expuestos a un cuidado parental desorganizado, que podría equipararse a la mayor reactividad emocional y los cambios en la amígdala observados en los niños criados en orfanato. Comprobaron que el estrés temprano modifica la regulación del miedo cuando se quiere lograr algún objetivo. Es decir, la posibilidad de que la motivación pueda ser mayor que el miedo y ayude a alcanzar un objetivo propuesto. En este sentido, la psicología evolutiva ha demostrado que la capacidad exploración de los bebés desde que gatean está relacionada con un apego seguro a los padres. Cuanto más confiados son respecto al afecto y cuidado de la figura de referencia, paterna o materna, más se aventuran a alejarse de su proximidad para explorar cosas que les interesan.
Efecto irreversible
Además, estos rasgos ansiosos observados tanto en ratones como en algunos niños criados en instituciones públicas no parecen corregirse a lo largo del desarrollo evolutivo, como muestran los autores. Lo esperable sería que al desarrollarse la región de la corteza prefrontal implicada en la regulación del miedo, la corteza infralímbica, los efectos del estrés temprano disminuyeran, cosa que no ocurría ni en el modelo de roedor ni entre los niños criados en orfanatos que fueron adoptados comparados con sus iguales que crecen con su familia.
Según los investigadores, sus resultados corroboran los hallazgos previos, que indican que recibir cuidados en los primeros años de vida de forma desorganizada e imprevisible puede alterar la regulación emocional de forma permanente con independencia de los factores genéticos y ambientales.
Según los autores, sus resultados están de acuerdo con lo observado en niños adoptados en países donde se dispensan escasos cuidados, y sugieren que podrían beneficiarse de programas de intervención temprana.
No está claro si los efectos de del estrés temprano mejoran tras adopción, ya que pocos estudios siguen a los niños adoptados más allá de la adolescencia. Lo que parece evidente de estos estudios es que cuanto antes se produce la adopción, mejor es el resultado. Este efecto puede ser atribuible a una ventana para el desarrollo emocional y que pasado ese periodo crítico los circuitos cerebrales implicados son menos plásticos (moldeables) o más resistentes al cambio.
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