Esto de ser profesor ya antiguo tiene sus ventajas. Una de ellas son esos viejos alumnos que te reencuentras en la vida después de décadas y -¡vaya usted a saber por qué!- guardan buenos recuerdos de ti y de tus clases. Además, te los encuentras en los lugares más insospechados. Digo yo que debe de ser terrible el caso contrario, el haber sembrado odio a tu paso y encontrarte a estas alturas miradas torcidas y gestos agrios. El caso es que algo de bueno habrían de tener estas nuevas tecnologías, facilitan estos reencuentros que siempre resultan entrañables. Este es el caso de Manuel Lozano, del que fui profesor hace solo unos treinta años, tiempos aquellos cuando yo aún creía que sabía algo.
Manuel Lozano se ha convertido en un magnífico hostelero que lleva el restaurante Hoyo 19 en el Club de Golf de Los Villares, aquí en Córdoba. Hoy se nombra como Club de Campo. Él se ocupa de la cocina y Patricia, su mujer, gestiona la sala comedor. Cuando nos encontramos en las redes sociales me emplazó a que lo visitara y saqué el hueco. «Aunque no me creas, mis hijos te conocen, les he hablado de ti y, que sepas, que por tu culpa estudié Magisterio». Le pregunté si sus hijos estarían, que me gustaría conocerlos y dos días después allí estábamos Lola y yo. Yo no sé los demás, pero soy de los que piensan que el cordón umbilical entre el maestro y sus pupilos es algo que no se rompe jamás. Llevaba treinta años sin ver a Manuel, tardamos medio segundo en reconocernos y otro medio en fundirnos en un abrazo.
Para quienes no lo conocéis, os diré que el sitio es espectacular. Todas la paredes son ventanales desde el mismo suelo al techo. La vista es la sierra de Córdoba. Hoy hacía uno de esos días nublados con algunos claros. El monte era una sinfonía de verdes que abarcaban desde el pardo de la encina, hasta el brillante de los brotes en los pinares o del propio césped del campo de golf. El sol se divertía caprichosamente subrayando abetos, madroños y encinas… copas borondas hasta el horizonte como una copiosa alfombra. Solo los desubicados álamos, junto a la casa, dirigían sus ramas desnudas como una plegaria hacia el cielo.
Manuel disfrutó ejerciendo de anfitrión, mostrándonos sus dominios, sus salones, su cocina, sus terrazas… Su forma de mostrar «su restaurante» huele a vocación profunda y a felicidad. Su sonrisa es cercana y sincera. «Fíjate que espacio, aquí podemos organizar lo que queráis, este salón tiene cabida para 150 personas». «Oye, con este espacio, ¿cómo no organizas cursos de cocina? Seguro que serían un éxito», «No creas que ya lo he pensado». Por supuesto, nos dejamos aconsejar: «Hoy venís a comer lo que yo os ponga, ¿estamos?». Claro que estábamos, Manolo, pues claro que estábamos de acuerdo en que tú eligieras el menú.
Para comenzar, nos sorprendió con unas «croquetas de salmorejo», una exquisitez difícil de imaginar pero que tenéis que probar -¡Dios, cuando uno cree que ya todo está inventado… aparece esto!-. Para seguir, un espectacular «Bacalao con naranja» que se deshacía de frescura y de sabor. Inmediatamente cambiamos con una tapa de «Morcilla de arroz con mermelada de tomate» presentada sobre pequeñas rebanadas -«La mermelada la hago yo mismo». Ya decía yo, Manuel-, y rematamos con unos «Huevos rotos con unas patatas… y unos huevos… de los que hacen recrearte en sabores que creías perdidos -«me los trae mi padre, recién cogidos de esta mañana», se nota, Manuel, se nota- y un solomillo con dos salsas, hecho, tostado, tierno, delicioso. Cuando ya no podíamos más, Patricia se presentó con el postre: Un brownie de chocolate, caliente, fundido, rodeado de un par de bolas de «tiramisú» casero en frutas del bosque… Miré la carta y encontré el nombre con que lo has bautizado, «Muerte por chocolate»… Lola y yo nos miramos… Tuvimos que hacer tiempo… pero cayó, Manuel, cayó, claro que cayó, ¡cómo no iba a caer!
Una cocina sencilla pero innovadora, casera, imaginativa pero tradicional… ¡Qué orgullo, Manuel, qué maravilla! Siempre he pensado que no existe auténtica grandeza que no surja de la humildad sencilla, desde el trabajo y el amor. Lo has conseguido, lo estás consiguiendo. Y has encontrado esa otra rueda para tirar del carro: qué encanto de mujer, qué gran profesional y qué sonrisa, enhorabuena a ti también Patricia. Tus hijos me saludaron entre forzados y tímidos, son tu vivo retrato, también sé que son tu orgullo: «Cuando os riña y queráis saber cosas de vuestro padre, me llamáis». «Ni se os ocurra…» Me divierte ver la cara que pones solo de imaginarlo, ¿qué les habrás contado de tu pubertad?
Os invito a conocer a Manuel y a Patricia, a conocer su casa, su restaurante, a pasar un día diferente y conocer a personas encantadoras en un paraje de ensueño. No necesitáis ser socios para entrar, pasad. Estoy seguro de que me daréis las gracias. ¡Ah! Cuando vayáis, acordaos de pedir el «Menú del maestro», igual hasta os entienden. Un abrazo a todos.
José Carlos Aranda
Posdata: Si queréis conocerlos mejor, solo tenéis que buscar en Facebook Hoyo 19 (Córdoba) o Manuel Lozano López seguro que estarán encantados.
https://www.facebook.com/pages/Restaurante-HOYO-19/1501584646743163?fref=ts