LA FAMILIA: CLAVE DEL ÉXITO EDUCATIVO (CONFERENCIA FINAL DE CURSO B-WIT, 2017, RECTORADO DE LA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA)
En primer lugar, es obligado comenzar felicitando al equipo de B-Wit “Royale Eagle” por su experiencia. Los resultados no son lo más importante, pero sí son importantes porque indican que se está en el buen camino. Los resultados difícilmente son fruto del azar, más bien es fruto de disponer de los medios y conocimientos necesarios, y son fruto del esfuerzo, de la constancia alimentada por la ilusión y la esperanza. Y eso requiere estimulación y oportunidad algo que tan solo se logra cuando contamos con el apoyo de la familia.
La ilusión y la esperanza habitan en el corazón de estos jóvenes, y es lo que ha movido al esfuerzo y la constancia. Los conocimientos necesarios son fruto de unos buenos maestros que han sabido ofrecerles en cada momento aquello que requerían para seguir avanzando. Pero la estimulación y la oportunidad que ha alimentado esa ilusión, ese esfuerzo y esa constancia es fruto de una familia, el auténtico motor del corazón durante la infancia.
Hoy vamos a hablar de la importancia de la familia en la educación. Como sabéis, estamos intentando poner en marcha la Escuela-de-familias, un proyecto inspirado en Inteligencia natural donde insisto en el concepto de “Educación preventiva”. La idea es muy sencilla: es más fácil educar en buenos hábitos desde la infancia que tratar de corregir errores cuando se producen. En este sentido, la ocupación –que no preocupación- y el conocimiento son imprescindibles para anticiparnos en cada etapa a sus necesidades y su requerimientos. Hoy vivimos una etapa confusa en la que las familias reciben mensajes contradictorios, hablamos mucho de derechos, pero poco o nada de respeto y obligaciones, de normas de convivencia o de valores. Es algo que se da por supuesto, pero no es así. En La mayoría de los casos, nos levantamos, vestimos al niño, lo llevamos al colegio y ya está. Se supone que es labor del colegio la educación de nuestros hijos, ¿de verdad esto es así?
Tres son los círculos de influencia en educación: el primero es la familia, el segundo es la escuela, el tercero es la sociedad. Pero hemos de observar que el nivel de influencia de cada círculo es gradual y ascendente. Durante la primera infancia, hasta los cuatro años, el niño pertenece íntegramente a la familia. La familia es el hábitat natural del niño donde literalmente programamos su cerebro. Cuando un niño aprende a hablar está aprendiendo a interpretar la realidad que le rodea. Imaginemos una mente en blanco, la puerta por la que van a entrar los muebles a esa casa con los sentidos. Abrimos los ojos, los oídos, el tacto, el olfato… ¿qué vemos, oímos, sentimos? Es el mundo mismo el que se abre ante nuestros sentidos. Nuestro cerebro está diseñado para ir elaborando un mundo virtual que le permita comprender aquello que ve y que siente. En la medida en que ese mundo virtual representado en nuestra mente sea más fiel al mundo real, el niño se desenvolverá con más facilidad en él.
Esta programación no es estática, sino dinámica. La mente infantil opera desde el pensamiento narrativo. Cuando abrimos los ojos no percibimos imágenes estáticas, percibimos imágenes en movimiento. Nuestra atención se centra en las personas porque nacemos dependientes, las criaturas más indefensas de la naturaleza a la hora del nacimiento. Para asegurarnos la supervivencia el niño fija su atención en aquello que le es más importante, la figura de apego de la que va a depender durante el primer año y medio. De ella aprenderá la lengua materna pero también una forma de interpretar la realidad y las relaciones humanas. Las emociones son inherentes al aprendizaje. El amor, la ternura, el contacto humano, la caricia y la sonrisa son tan importantes en esta etapa como el alimento o el sueño. Su mundo se expande, su entorno está compuesto por personas que se relacionan con él y entre sí. Urge descubrir el principio de causalidad, el saber cómo llamar la atención del cuidador para obtener lo que se necesita en cada momento y en ese empeño se encuentran con la herramienta más terrible que la naturaleza ha podido poner a su alcance, el llanto. ¿Quién puede permanecer indiferente ante el llanto de un niño?
Hoy se crea mucha confusión hablando de la diversidad familiar, de que la estructura familiar tal y como se ha venido entendiendo es algo obsoleto y caduco, por ejemplo. Bien, es cierto que estamos asistiendo a una auténtica transformación de la realidad hasta el punto que en las hojas de inscripción de los centros públicos en Andalucía las palabras “padre” y “madre” han sido sustituidas por “cuidador o cuidadora” para ser políticamente correctos y no excluir en la denominación posibles circunstancias que hoy se dan en la sociedad. Pero somos el producto de más de sesenta mil años de evolución. La realidad que hoy vivimos, fruto de la sociedad industrializada, apenas lleva doscientos años. La reorganización de la familia con la incorporación de la mujer al mundo laboral, la equiparación y la lucha por la igualdad real apenas lleva ochenta años. Esto es muy poco tiempo para que genéticamente haya hecho mella en nuestra configuración mental. La epigenética nos muestra que nos adaptamos permanentemente a la realidad que vivimos activando unos genes u otros en función de las experiencias vividas, pero también nos muestra que los cambios son lentos, que no cambiamos de la noche a la mañana.
Hay que decir con claridad y en voz alta que la familia ideal para un niño sigue siendo la biológica, que la presencia del padre y de la madre importan en el crecimiento y la evolución psicológica durante la infancia y que, cuando esto no es posible por las circunstancias, conviene ocuparse en compensar las deficiencias derivadas de las situaciones vividas. Con esto me refiero, por ejemplo, al daño que podemos causar cuando en los casos de separaciones y divorcios los niños son usados como moneda de cambio. Cuando se ven en el centro de disputas que no pueden alcanzar a comprender ni podemos exigirles que lo hagan. Es la madurez de los adultos y el amor lo único que puede compensar estas situaciones de auténtico riesgo emocional y nunca es fácil. Pero con independencia de la composición familiar, hablamos de un grupo humano que convive compartiendo un proyecto común movidos por lazos de afecto en los que lo individual se trasciende para alcanzar el bien común. Proporcionar al niño los mejores estímulos para su desarrollo forma parte de ese proyecto, el acompañarlo en su desarrollo hasta que sea capaz de valerse por sí mismo, realizar su propio proyecto de vida y volar,
Pero esto ¿cómo se consigue? Cada familia es diferente, como cada persona es diferente. Hoy vivimos acomplejados porque no sabemos exactamente qué podemos hacer para ser unos buenos padres y hay que quitarse los complejos y atreverse a educar. Para ello vamos a hablar de tipologías familiares y de cómo puede repercutir en los hijos. Tendemos a pensar que hay un modelo único y no es así. Educamos desde nuestro ser y no podemos hacerlo de otra forma. ¿Qué es mejor una familia rígida o una familia laxa, una familia en la que existen unas normas inamovibles o una familia en la que no existen normas? La respuesta es que ninguna de ellas es por sí misma garantía de éxito en la educación. Si asumimos los planteamientos de Daniel Goleman en Inteligencia Emocional encontramos que cualquiera de ellas tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Una familia rígida propiciará una mente ordenada con unos buenos hábitos, pero tiene un inconveniente: la posibilidad de generar niños emocionalmente dependientes incapaces de tomar decisiones por sí mismos, que siempre estarán buscando la solución en las directrices que le marquen sus progenitores, si pertenecemos a esta clase de familias hemos de cuidar el aspecto de la iniciativa fomentando la toma de decisiones. Por el contrario, una familia donde no existen normas fomentará la iniciativa y la creatividad, lo que permitirá una mayor versatilidad y capacidad en la toma de decisiones propias. El inconveniente es el riesgo de impulsividad, de aplazamiento de recompensa, esto dificultará su capacidad para acometer proyectos a largo plazo y para generar destrezas adecuadas para la sociabilidad. Si pertenecemos a esta tipología familiar, conviene que nos esforcemos en marcar ciertos límites y normas en casa. Como vemos, una u otra tienen sus ventajas y sus inconvenientes, pero hay una tercera categoría de familia que sí debemos evitar a toda costa, y es aquella en la que no existe método, que actúa por impulsos emocionales. En este caso vale el aserto de “El peor de los métodos es preferible a la ausencia de cualquiera”. En esta familia no hay coordinación parental, ante un mismo hecho un cónyuge puede enfadarse y reñir mientras que el otro aplaude la iniciativa, reaccionan de forma diferente ante el mismo hecho según su estado de ánimo. Esta es la peor tipología educativa si salvamos la negligente, aquella en la que el niño es abandonado literalmente a su suerte sin cuidar los aspectos mínimos de higiene, salubridad, alimentación o afecto.
Durante los primeros años, de desarrollo educativo del niño es meramente conductista. Me explico, desarrollan respuestas ante los estímulos que reciben. El cerebro no está programado para ser inteligente, sino para sobrevivir. Es una herramienta fiel a un principio físico básico, optimizar el rendimiento minimizando el coste energético o lo que es lo mismo, máximo beneficio al mínimo coste. El niño llora para alimentarse, cuando el llanto funciona, cada vez que siente hambre llora. El niño sonríe cuando se le sonríe y frunce el ceño cuando nos ve enfadados. Somos seres dependientes que necesitamos de los demás para sobrevivir y nuestras reacciones tienden a una comunicación efectiva que satisfaga nuestras necesidades. De ahí que el error más grave en educación sea la falta de coherencia en nuestras respuestas. Y la necesidad más urgente para un niño es sentirse querido y protegido y hará cuanto pueda y sea necesario para merecer el cariño y el reconocimiento de sus progenitores de las personas de quienes dependen. Pero si ante un mismo estímulo hoy reímos y mañana reñimos no le estaremos ofreciendo un mapa conductual que pueda seguir, lo único que generaremos en su mente es confusión, inseguridad y falta de autoestima. El resultado será un niño inseguro, inadaptado y disperso. Hoy se habla mucho de TDAH, pues bien, independientemente de que puedan o no existir razones genéticas para esta dificultad de enfocar la atención, sí podemos afirmar que es uno de los resultados de este modo familiar.
El modelo familiar más propicio para unos buenos resultados educativos se dice que es el modelo democrático-dialogante, aquel en el que no solo se dan normas sino que se explica el sentido de las mismas y, en la medida de lo posible y según el tema y la edad, se van consensuando con los hijos para que sean algo asumido como propio y razonado antes que meramente impuesto.
Sin embargo, permitidme para terminar, algunos consejos prácticos de los que normalmente no se habla en las clasificaciones familiares. La primera clave educativa en la familia es el amor entendido como una emoción mantenida y constante que se alimenta del sueño de buscar el bien propio a través del bien de los demás. El amor entre los cónyuges como piedra angular sobre la que se cimienta la familia. No pongamos a los hijos entre nosotros porque son producto de nosotros y deben ser fuente de unión y no de separación. Nadie da lo que no posee, me oiréis repetir. Si queréis que vuestros hijos amen y se sientan amados, dignos de ser amados por sí mismos, sin condiciones, que vivan el amor como una forma de vida, esa es la mejor escuela en la vida.
La segunda clave es la coherencia. No esperemos a tener un problema para dialogar entre nosotros. Seamos conscientes de la importancia de ofrecer un frente común, un modo de reacción común, padre y madre, ante los acontecimientos que van desarrollándose. Atreveos a soñar a lo grande, en mayúsculas, pero escribid en minúscula, cuidad los detalles del día a día. No juguemos al poli bueno y poli malo, respetemos el principio de autoridad y no incurramos en contradicciones. Si mentir está mal lo estará hoy y mañana y pasado. Quien impone un castigo en casa es quien debe levantarlo, haya sido o no injusto, por principio. Lo que tengamos que negociar, entre nosotros, padre y madre, familia y escuela, pero no permitáis contradicciones que solo conseguirán minar vuestra confianza y generar un ambiente de permanente disputa.
La tercera es entrenar la escucha activa. Oír no es escuchar, nuestros ruidos internos nos impiden atender y entender no solo las palabras sino más allá de ellas. Generar espacios donde dialogar, permitir que expresen sus opiniones y nos cuenten sus experiencias, dejarlos expresarse completando sus razonamientos sin presuposiciones ni prejuicios nos puede proporcionar muchísima información sobre la situación y circunstancias que están viviendo en cada momento.
La cuarta clave es la paciencia. Una alondra no hace primavera, un acto no hace un hábito. La repetición sí. No desesperemos nunca y confiemos. Existe algo que se llama la “maldición del conocimiento” consiste en creer que lo que ya sabemos es fácil de dominar para los demás. Pero se nos ha olvidado la dificultad intrínseca que supone para cada niño afrontar y resolver cada uno de los problemas que se le plantean en la crianza. Que nosotros sepamos que no hay monstruos bajo la cama no impedirá que él sienta miedo imaginando que un monstruo acecha en la oscuridad. Acompañarlos en su crecimiento significa comprender qué está sucediendo en su mente en cada etapa e insistir desde la esperanza y la ilusión.
Educarnos para educar. Educación preventiva. Porque no todos las familias son iguales, porque los niños van cambiando con cada año, porque no siempre sabemos qué soluciones aplicar en un momento dado importa coordinarnos en una escuela de familias. La colaboración con los centros educativos, la colaboración con buenos profesionales de la educación, la comunicación con otros padres y madres que comparten edades e inquietudes, la lectura y la reflexión son el camino. En definitiva, la educación consciente elaborada desde la toma de decisiones consensuada.
Educar es una aventura apasionante que requiere tiempo, esfuerzo y convivencia, y, en ese camino, siempre me encontraréis entre vosotros. Un fuerte abrazo y feliz verano a todos.