No siempre logramos superar las experiencias vividas, especialmente cuando se han prolongado excesivamente en el tiempo. La causa está en cómo nos afectan, cómo condicionan el desarrollo de nuestra inteligencia y nuestras capacidades adaptativas. Si el tiempo de exposición a la violencia se prolonga, las consecuencias pueden ser irreversibles, no solo para nuestra autoestima -piedra angular de la personalidad y el desarrollo- sino para la vida. Y esto no es solo aplicable al acoso y la violencia en las aulas, también en las familias. Aquí os dejo esta cita para comprender mejor de qué estamos hablando:
“La influencia de la adrenalina garantiza un estado de atención máxima y una buena preparación para la acción, la huida o la lucha (fight or flight) (…). El estrés se convierte en crónico (…) cuando el sujeto no ve una salida favorable a su situación. Las tasas de glucocorticoides (nota 23) se disparan durante periodos de varios años (…). En consecuencia, un estrés crónico se traduce en un deterioro de las capacidades mnésicas, dañando las facultades de aprendizaje y adaptación. El otro efecto nefasto son las tasas elevadas de cortisol basal -por lo tanto del estrés- en el hipocampo, lo que se traduce en una mayor posibilidad de caer en depresión.
Actualmente se conoce el mecanismo: el estrés crónico altera los receptores de serotonina (aumentan los receptores corticales de tipo 5-HT2a y disminuyen los receptores 5-HT1a en el hipocampo). Estas mismas alteraciones se observan en personas víctimas de suicidio».
Didier Vincent, J. y Marie Lledo, P. (2013). Un cerebro a medida. Barcelona: Anagrama. pp.141-2.