¿CÓMO HABLAR EN PÚBLICO? La importancia de saber cuándo callar

El buen orador no es quien más habla, sino quien mejor comunica, quien sabe transmitir en la justa medida y en la forma adecuada respetando lo más importante que todos tenemos: nuestro tiempo. Por eso, tan necesario como saber hablar, es saber cuándo debemos guardar silencio, dar espacio a la reflexión y a la consulta. Rebuscando en el archivo de la memoria, recupero un pasaje de Juan Antonio Vallejo-Nágera que no me resisto a compartir con todos vosotros:

«Los españoles hemos sido siempre intolerantes con las majaderías plúmbeas. Recuerdo un caso […], fue en Valencia en 1950, en el primer Congreso de Medicina al que asistí en mi vida. Por lo tanto estaba muy atento a cualquier incidente. La sesión de clausura vino a presidirla desde Madrid el ministro de la Gobenación.

Todos los capitostes del Congreso aspiraban a lucirse en esa sesión. El presidente del Congreso optó porque hubiese numerosas intervenciones pero muy breves. Era un personaje conocido por su mal genio, y aclaró enérgicamente a cada uno de los candidatos que por nada del mundo pasasen de seis minutos en su perorata. El ministro había advertido que tenía prisa.

Todo fue bien en las primeras intervenciones. Ante el ceño fruncido del presidente, a los cuatro minutos sin excepción terminaban dentro del tiempo exacto, si no les cortaba con un campanillazo al llegar a los seis. Pero tuvieron el error de condescender con las autoridades locales, que elogiaban mucho a un erudito, probablemente pariente de alguno de ellos.. El erudito se había especializado en el estudio del hospital de la ciudad durante el siglos XV, y pidieron que se le dejase intervenir en la sesión de clausura, que se celebraba en ese mimo edificio histórico. Subió al estrado con un espeso paquete de folios mecanografiados y comenzó a leer. Las miradas furibundas del presidente ni las percibía, toda su alma estaba en aquellas líneas en las que detallaba, entre otras cosas igualmente interesantes la cifra de los reales de vellón que se gastaba en el hospital para el papel higiénico de las asiladas a fines del siglo XVI. Ante el ceño fruncido del presidente, a los cuatro minutos sin excepción terminaban dentro del tiempo exacto, o les cortaba con un campanillazo al llegar a los seis. Pero… tuvimos el error de condescender con las autoridades locales, que elogiaban mucho a un erudito, probablemente pariente de alguno de ellos. El erudito se había especializado en el estudio del hospital de la ciudad durante el siglo XV, y pidieron que se le dejase intervenir en la sesión de clausura, que se celebraba en ese mismo edificio histórico. Subió al estrado con un espeso paquete de folios mecanografiados y comenzó a leer. Las miradas furibundas del presidente, ni las percibía, toda su alma estaba en aquellas líneas, en las que detallaba entre otras cosas igualmente interesantes, la cifra de reales de vellón que se gastaba en el hospital para el papel higiénico de las asiladas a fines del siglo XVI. A los seis minutos el presidente pegó un campanillazo que nos levantó a todos del asiento menos al orador, que, sin mirar a la presidencia, extendió hacia ella la mano izquierda y dijo: «En seguida termino». Naturalmente no terminó, ni tampoco ante sucesivos campanillazos, ni ante las conminaciones verbales de «Por favor, termine» del iracundo presidente. El ministro era un canario de carácter apacible y se consolaba mirando obsesivamente el reloj.

A los cuarenta minutos, y leído solo un tercio de los folios, el presidente se levantó, acudió junto al orador, le arrebató los folios y exclamó: «¡Usted ha terminado!».

El erudito del papel higiénico […] consideraba un triunfo su intervención tan prolongada.

Salió con la directiva del Congreso a despedir al ministro a la puerta del edificio, era la costumbre. Partió el coche oficial y quedaron todos en la acera. El erudito, con aire beatífico, se dirigió al presidente y preguntó: «Estuve muy bien, ¿verdad?». No olvidaré el fuego en la mirada y la irritación en la voz. Le gritó: «¡No, majadero, no; ha estado usted mal, muy mal! ¿¡Cómo se atreve a robarnos a cada uno de nosotros cuarenta preciosos minutos!?…» Lograron separarlos sin derramamiento de sangre. Me juré que jamás cometería el mismo error. No puedo afirmar no haberlo cometido. Tenga cuidado, amigo lector, hablar en público se convierte en un vicio.» (Aprender a hablar en público hoy. Planeta, 1992, pp.13-5)

Acerca de #JoseCarlosAranda

Doctor en Ciencias de la Educación y Doctor en Filosofía y Letras; Creador del Método Educativo INTELIGENCIA NATURAL (Toromítico 2013, 2016). Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba (España). Profesor universitario y de EEMM, educador, escritor, conferenciante, colaborador en TV, Prensa y Radio. PREMIO CENTINELA DEL LENGUAJE 2015 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.
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