
Es cierta esa frase tan repetida de que los hijos no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo, tampoco los padres. Nos llega la responsabilidad y antes de darnos cuenta estamos ejerciendo de padres. Es algo tan natural que forma parte de la vida. ¿Pero nos preguntamos qué podemos hacer para que nuestros hijos sean felices? Y quizás el problema más grave con el que nos enfrentamos es la incoherencia educativa.
Utilizando un símil, si queremos que una barca avance en una dirección concreta, es imprescindible que todos los remeros remen en la misma dirección y al mismo ritmo. Imaginad que no lo hacen, que unos mueven el remo hacia delante y otros hacia atrás. El resultado es una barca dando vueltas. Podemos desarrollar un esfuerzo agotador, pero que no nos lleva a ninguna parte. En esto consiste la incoherencia y es lo que sucede a menudo. Le enviamos al niño mensajes contradictorios. Y cuando hacemos esto, ¿qué harán? La respuesta es sencilla, elegirán el camino más fácil y cómodo, y, con frecuencia, no resulta el más conveniente.
En educación hay tres grandes círculos de crecimiento. El más importante, el que configurará la personalidad del niño, es la familia. Cuando padre y madre no se sientan para coordinar un modo de educar, para ponerse de acuerdo en cuáles son las normas y cómo actuar frente a los problemas que vayan produciéndose, es fácil caer en la incoherencia. Imaginemos la típica situación en que un padre es más duro que otro, en que se juega a eso de poli bueno, poli malo. Cuando el niño quiera conseguir algo, ¿a quién creéis que se dirigirá? Logrará su propósito y, a la vez, una discusión de pareja. Cuando un cónyuge, por ejemplo, impone un castigo ante un hecho concreto, es importante que el otro no lo levante ni lo contradiga. Si no está de acuerdo, debe hablarlo con él a solas y que sea el mismo que lo ha impuesto quien lo levante tras conversar con el niño, lo contrario es desautorizar a la pareja. En el tema parental, cada familia tiene su estilo educativo, más o menos autoritario o permisivo, cada estilo tiene sus ventajas e inconvenientes, pero lo importante es ser coherentes. Decía Daniel Goleman que el peor modelo es el que no existe, porque no le estamos dando referentes válidos para la vida. ¿Cuántos de nosotros les hablamos a nuestros hijos de la importancia de la vida saludable sosteniendo un cigarrillo o un vaso de vino, por ejemplo? Los ejemplos de incoherencias podrían multiplicarse.
La escuela es el segundo círculo de influencia en el desarrollo de la personalidad. Lo ideal sería que fuera una prolongación de la familia, es decir, que el modelo, las normas y el trato personal fueran lo más cercanos y similares posibles. Para ello, los padres deberían poder elegir una escuela con estas características. Y los profesores conocer y acercarse a las familias. Pero esto no siempre es posible como todos sabemos. Hoy el sistema educativo puede actuar en contra de la familia. Este es el segundo peligro: la incoherencia educativa. Cada vez hay una imposición ideológica más fuerte en los programas que, a veces, choca frontalmente con los valores familiares. A esto me refiero. Cuando esto sucede, la escuela se convierte en un contravalor que enfrenta al niño a elegir entre la integración escolar o la integración familiar. O estás de acuerdo y sigues los pasos de tu familia y reniegas de lo que te dicen en el colegio, o reniegas de lo que te dicen tus padres y sigues la senda de lo que te dicen en la escuela. ¿Qué tiene más probabilidad de triunfar? La respuesta vuelve a ser fácil, el camino más cómodo y placentero. Por ponerte solo un ejemplo: imagina una familia católica con su hijo en catequesis, llega al colegio y le ponen esa campaña que se está lanzando ahora: «Apaga la tele y enciende tu clítoris». No puede haber mensajes más contradictorios en una etapa en que el niño y la niña se están aproximando al desarrollo de la sexualidad.
El tercer círculo es la influencia social y esta nos llega sobre todo a través de la televisión y las pantallas. Cada vez hay más programas de “telebasura”, realitys que encumbran a personajes que no resultan ejemplares y se les ofrecen como referentes. Frente a la cultura del esfuerzo que tratamos de inculcar, se ofrece un mundo en rosa donde lo único que importa es la imagen, el selfi, el ligoteo y la fiesta. Frente al análisis y reflexión, solo se ofrece el cotilleo más vacuo sobre personajes cuya trayectoria vital, en la mayoría de los casos, no es precisamente ejemplar. Frente al respeto por las instituciones, el juicio paralelo. Se les enseña que su opinión, emocional vale tanto o más que los hechos probados con juicios mediáticos sin fundamento. Cuando queremos educar en el pensamiento crítico, esencial para conducirse en la vida, este horizonte es el que nos encontramos y, según qué edad, resulta muy difícil. Son programas que tratan de anestesiar la mente, entretenimiento vacío que no aportan nada.
Frente a esto, nuestras únicas armas son el diálogo y la comunicación: hablar con nuestra pareja sobre cómo queremos educar; hablar con nuestros hijos sobre los valores que inspiran la vida: el esfuerzo, la esperanza, la coherencia, la honestidad, la generosidad…; explicarles nuestro punto de vista respetando su estado de madurez cuando chocamos con el colegio; ver con ellos la televisión dándoles nuestra opinión sobre lo que estamos viendo, fomentando el diálogo y el intercambio de ideas; fomentar la lectura y el pensamiento crítico, y, por último, hacerlos conscientes de que son ellos, con sus decisiones, los dueños de su vida, que no permitan que otros la vivan por ellos.
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