VIDA DE DON ANDRES DE BUEN ROSTRO QUE FUE JESUITA Y DESPUES, HABIENDO SALIDO DE LA RELIGIÓN, MURIÓ AHORCADO EN LA CIUDAD DE SEVILLA.
128: Por este mismo tiempo, dice Colodro, sucedió en Sevilla otra desgracia a un hidalgo de Córdoba que se llamaba don Andrés de Buenrostro, y sucedió de esta forma. Don Andrés de Buenrostro era natural de Córdoba, hijo de Jurado Buenrostro, uno de los ricos de aquella ciudad. Diole él, Jurado, estudios a don Andrés y fue tanta su habilidad que se aventajó a todos los de su tiempo. Siendo ya de veinte años pretendió ser de la Compañía y viendo los padres las grandes esperanzas que prometía en tan tierna edad, fue recibido en ella. Tuvo su noviciado con grande ejemplo de todos, sacáronlo [161] de él y llevándolo a estudiar fue de suerte que volaba en los estudios con gran satisfacción de los maestros a quien daba muy bien en que entender en las dificultades que se le ofrecían.
129: Estando pues en este estado y teniendo puestos los ojos en su notable habilidad y virtud, pidió sus vestidos para irse de la Compañía. Viendo una mudanza tan repentina, procuraron con todas las fuerzas apartarle de aquel mal pensamiento y viendo que nada aprovechaba lo enviaron en paz. Sucedió que estando en casa de su padre, le encomendó que se encargase de cobrar unos censos de don Francisco de la Cerda. Fue pues en ocasión que no estaba este caballero en casa sino dos hijas suyas. Las señoras le mandaron entrar y que se sentase en una silla pidiéndole por su salud y como se hallaba con el vestido de seglar, respondió a todo con mucha discreción porque lo era él en extremo discreto. Llevaba don Andrés en un dedo un diamante finísimo y viéndolo (B) doña María le dijo que si se quería casar con ella. El respondió que quisiera ser Rey de España para servirla y tratarla como su persona merecía. Pero dentro de los términos de su posible, y que si gustaba, que tomase aquel diamante en prenda de su Palabra. Doña María tomó el anillo delante de su hermana doña Leonor y de dos criadas y ella le dio otro que tenía por señal de la suya.
130: Con esto se volvió a su casa y dio cuenta a su padre de lo que había hecho. El padre tomaba el cielo con las manos y hecho un león echole mil maldiciones diciendo que no era su hijo y que lo había de desheredar. Viendo al padre tan enojado se fue a la Guijarrosa que está a cuatro leguas de Córdoba donde su padre tenía toda la hacienda de olivares, viñas y tierras. Viendo pues doña María de la Cerda que don Andrés no acudía ni su padre tampoco, con licencia de su padre fue a besar las manos del obispo Pazos y [162] contole todo lo que había pasado. Mandó el obispo, oída su demanda, que se hiciese información, fuele tomado a don Andrés su dicho y viendo que venía bien con lo que doña María decía, los mandó casar [aquí, vuelve a repetir la frase “ …y viendo que venía bien con lo que doña María decía, los mandó casar”]. Su padre, viendo que se había hecho sin su licencia, no le quiso acudir con un maravedí a cosa ninguna. Viéndose el pobre caballero casado con una señora tan principal, aunque pobre, y que no tenía quien le acudiese, determinó buscar algún señor a quien servir. Recibiolo el conde de Gelvez por su caballerizo. Pasó algunos días en este oficio, y viendo lo poco que se medraba en él determinó hacer una cosa fuera de quien él era por remediar su necesidad. Y fue falsear una cédula del Duque de Arcos de dos mil ducados. Salió con su pretensión, fue con ellos a Córdoba y se vistió a sí y a su mujer y en el cambio, viendo que el Duque no aparecía, le avisaron como para una cédula (B) suya se habían dado dos mil ducados, que mandase su excelencia librar a donde se habían de pagar.
131: El duque extrañó la demanda y respondió que la firma era suya pero que él no había pedido aquel dinero porque no se había visto en ocasión tan apretada que le fuese forzoso valerse del banco. Pero sin embargo de esto, los pagó luego y mandó que se estuviese con cuidado y que si otra vez fuesen en su nombre, que no lo diesen porque sería la cédula falsa. Estúvose a la mira y pasado un año que ya don Andrés había gastado los dos mil ducados, se determinó de ir por otros mil y como estaban tan sobreaviso lo prendieron luego y avisaron al Duque como habían cogido al malhechor. Sabido por el Duque quien era la persona, lo sintió en el alma y trató que se diese [hay una errata y se ha anticipado el folio 166, el posterior retoma la paginación por la que sigo: 163] algún coste; en esta ocasión, llegó a Sevilla el Alcalde Valladares Sarmiento para Asistente de aquella ciudad, en premio de lo que había servido a Felipe Segundo, en la Sauceda. Entró el nuevo Asistente con aceros de estrenarse en una cosa señalada, estaba la causa desdichada de don Andrés de Buenrostro chorreando sangre. Visto el proceso y sustancia, sin embargo de que era noble, lo mandó ahorcar por el hurto y por falsario.
132: Fue tan desgraciado el pobre don Andrés que de Córdoba nadie le quiso acudir por ser tan feo el crimen cometido. A la mujer la detuvieron sus parientes, no dejándola salir de Córdoba, poniéndole dagas a los pechos. Tal hacia la otra desgracia de este caballero fue que en esta ocasión había muerto su amo el Conde de Jelves de aquella desgraciada muerte que le sobrevino de aquel necio (B) salto que dio. Así que todo el mundo le fue contrario para salvar su vida por algún camino y lo peor que hubo fue la venida del asistente Valladares que tan encarnizado estaba. Notificósele la sentencia de su muerte al desdichado don Andrés, y él la recibió como discreto y prudente, dando a Dios muchas gracias por quererle castigar en esta vida sus culpas. Pidió papel y tinta y escribió a su mujer una carta tan llena de sentencias y discretos pensamientos que me afirmó su mujer que con estar reventando de dolor viéndole morir una muerte tan afrentosa y por otra parte por amarle ternísimamente por merecerlo su cara de ángel y su mucha nobleza y bondad, leyendo su carta se consoló notablemente, conformándose con la voluntad de Dios. Súpose en Córdoba la venida de esta carta y viendo ser cosa [164] de tanto precio y estima, se hicieron de ella mil traslados, porque a juicio de los hombres doctos fue de las cosas grandes que en nuestros tiempos se han escrito.
133: Sacaron pues al desdichado don Andres en una mula de albarda con una ropa de bayeta y unos borceguíes datilados y calzones de belludo. Subió en la mula con mucho ánimo y llevando a su lado dos padres de la Compañía que el uno de ellos era primo hermano de su mujer, de quien yo acabé de saber esta historia. Comenzó el pregón tan lastimero diciendo: esta es la justicia que manda hacer a don Andrés de Bonrostro por ladrón y falsario, y manda que muera ahorcado; quien tal hizo que tal pague. Fue el clamor y gritos de la gente tan grande que llegaba hasta el cielo, viendo llevar a morir a un mancebo de veintiocho años de tan lindo rostro y presencia que si cada uno pudiera lo librara. Con esta general compasión llegaron a la plaza de San Francisco. Allí fue apeado de la mula y subió por la (B) escalera arriba con grande corazón y en lo alto se volvió a reconciliar y pidiendo perdón a todos y diciendo el credo dio su espíritu a su Creador. Y se puede creer piadosamente que está gozando de su majestad, pues con tanta paciencia sufrió aquella afrenta y dio su vida en satisfacción de sus pecados.
CASOS RAROS OCURRIDOS EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA. CAJASUR, 2003 (2 TOMOS, EDICIÓN FACSÍMIL)
Transcripción del original, publicado en edición facsímil. Los números iniciales corresponden a los párrafos, los números entre corchetes a las páginas. Hemos respetado el léxico y la sintaxis por entender que se trata de un tesoro, pero hemos actualizado la ortografía para no inducir a error