
DON ALONSO DE CÓRDOBA MATÓ AL LICENCIADO BALAVARCA Y A UN CRIADO SUYO Y POR ESTO FUE DEGOLLADO EN SEVILLA.
152: Yo os contaré, dice Excusado, un caso pocas veces sucedido y que está hasta ahora chorreando sangre. Fue pues que siendo Asistente de Sevilla don Luis de Haro, Marqués del Carpio, llevó para su Teniente Mayor al Licenciado Balavarca, hombre de mucho valor y letras y sobre todo de una afabilidad nunca vista con que tenía de su parte toda la ciudad y por esto y sus letras, muchas [176] esperanzas de subir a cosas mayores. Estando en este estado, andaba un caballero que se decía don Alonso de Córdoba hecho soldado ya en los galeones, ya en las galeras. Era pariente del Marqués dicho y tenía entretenimiento de mozo. Supo el Teniente Mayor que don Alonso acudía a aquella casa. Dio en visitarla y a no tanto para quitar la ocasión y cuando por quedarse con la pieza por parecerle bien.
153: Entre otras veces que fue, halló allí a don Alonso y no llevaba el teniente más que un criado. Pidiole el don Alonso encarecidamente que no lo llevase preso, pues sabía quién era y el deudo que tenía con el Marqués su señor, y que en sabiendo su prisión le había de dar pesadumbre. No bastó nada para desistir de su propósito; el don Alonso había muerto a un hombre principal y andaba temeroso de caer en la cárcel, y visto que no bastaban ruegos ni promesas se determinó hacer un hecho temerario, y fue darle de puñaladas bajando una escalera abajo, y de recibida le dio al criado (B) otras dos estocadas que los dejó a ambos poco menos que muertos y él se escapó sin ser visto ni oído. La pobre señora que vio dos hombres muertos y uno de ellos tan principal, fue a dar aviso al asistente y sabido el caso, le dio tan notable pesadumbre que es imponderable. Hizo luego muchas diligencias, mandó cerrar las puertas de la ciudad y pregonó que daría quinientos ducados a quien le descubriese a don Alonso de Córdoba. No se dejó templo ni convento que no se anduviese por su persona, que no quiso fiar de nadie.
154: Andando haciendo estas diligencias, sucedió un caso nunca visto, y fue para que don Alonso pagara las tres muertes que tenía. Estaba el otro escondido en casa de un clérigo amigo suyo y andando toda la justicia de Sevilla haciendo mil diligencias y llegó un muchacho como de siete a ocho años a un alguacil de la audiencia y le dijo que el hombre que buscaban estaba en aquella casa. El alguacil se lo dijo al Alcalde y sin más pesquisas se apeó del caballo y entró en la casa del clérigo con toda su chusma y halló al don [177] Alonso que se levantaba de dormir. Echole mano y viéndose salteado tan de repente, se quedó como muerto. Lleváronlo a la cárcel y tomada su confesión confesó de plano su maldad. Substanciose el proceso y diose sentencia que fuese degollado. Hízose en la Plaza de San Francisco un gran cadalso y sabido en toda la ciudad, se junto toda ella con un millón de aldeanos que habían venido a la feria; tanto que afirmaban muchas personas no acordarse haber visto tanta gente junta. El don Alonso era de buen talle como lo son todos los caballeros de Córdoba, en lo mejor de su edad, todo lo cual causó una muy grande compasión en toda la ciudad.
155: Al fin fue sacado en una mula cubierta de bayeta y después de haber andado las calles acostumbradas, llegó al cadalso adonde subió con mucho ánimo, confesose y habiendo acabado, pidió perdón a todos y ofreció a Dios su muerte diciendo que según habían sido graves sus culpas, era poco castigo que le daban. Cortáronle la cabeza y pedida (B) licencia al Asistente (que aunque su pariente no había podido favorecerlo por ser tan grave el delito) se encendieron hachas muchas, y con un grande acompañamiento lo llevaron a enterrar con toda la autoridad posible.
CASOS RAROS OCURRIDOS EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA. CAJASUR, 2003 (2 TOMOS, EDICIÓN FACSÍMIL)
Transcripción del original, publicado en edición facsímil. Los números iniciales corresponden a los párrafos, los números entre corchetes a las páginas. Hemos respetado el léxico y la sintaxis por entender que se trata de un tesoro, pero hemos actualizado la ortografía para no inducir a error